domingo, 30 de noviembre de 2008

Patrias adoptadas


Reconocer una pasión supone- pareciera-, encontrarle un origen, fundamentar el porque de tal admiración. Ubicar ese momento en el que nació la conexión, la complicidad esa que no sólo existe entre personas, sino también con algunas tierras. Justificar un tipo de romance que, por rozar más lo sentimental que lo racional, resulta difícil de explicar.

¿Por qué América Latina? ¿Porque? ¿Porqué? Me han preguntado repetidamente en el último año al optar a una beca para ir a estudiar en EEUU. Y cada vez les he respondido con la razón. Pues a la hora de repartir dinero para financiar una carrera la sentimentalidad poco cuenta, la verdad. Así que les hablé de la consolidación de las democracias, de la necesidad de luchar contra la corrupción, de la preferencia que supone para España en política exterior, de los puentes culturales y lingüísticos…

Pero no les convencí. Y la verdad es que tampoco me convencí a mi misma. Porque todo eso, que existe y es real, no enmarca para nada el porqué de esa latinidad adoptada. Pues las razones no las encontré en la política, ni en la justicia, ni en las instituciones o las partidas presupuestarias destinadas a cooperación. La verdadera admiración, el auténtico sometimiento a dos palabras –América Latina- lo encontré en el sentimiento, en la pasión como única forma de vivir, en el creer, que es lo único que no puede abandonarse aunque sientas la desidia sobrevolando por encima.

La primera dependencia –aquella que se fraguó en la distancia - nació con la música de esa parte del continente que arropa el tango, la salsa y la bachata. Ritmos que hablan tanto y tan alto que no dejan lugar a movimientos holgazanes. La segunda la forjaron las palabras de Neruda, de Borges, de Martí, de García Márquez, de Vargas Llosa, de Vallejo, …que aparecieron, a veces tarde, para dejar huellas cuya consecuencia más peligrosa fue el haber desatado un mar de curiosidad incapaz de ceder al tiempo.

Aunque todo eso resultaría absolutamente sesgado sin esa esencia latina que tan bien transmite Benedetti en unos de sus poemas y que dice, entre otras cosas:

Ustedes cuando aman/consultan el reloj/porque el tiempo que pierden/vale medio millón/nosotros cuando amamos/sin prisa y con fervor/gozamos y nos sale/barata la función. Ustedes cuando aman/al analista van/él es quien dictamina/si lo hacen bien o mal/nosotros cuando amamos/sin tanta cortedad/el subconsciente piola/se pone a disfrutar.

Al margen de la validez del estigma, no puedo negar reconocer en las palabras del uruguayo un pálpito existencial que me cuesta reconocer en la tierra del sol y playa. Y que todavía más me cuesta explicar. Porque de la misma forma que tiene valores que admiro posee otros que no respeto. Pero que cuando está a mi lado, simplemente percibo. Porque desprende un calor que invade los círculos más lejanos y se apodera de esas habitaciones donde hoy penetra el frío madrileño.

Ayer estuve en un recital del poeta dominicano José Mármol, desconocido para mí hasta entonces. Y no sé si fueron más intensas sus palabras o la acogida que recibió lo que me hizo sonreír al son de la latinidad que ya, de alguna manera, forma parte de mí. Habló de la sensibilidad necesaria para escribir, de su último libro “Torrente sanguíneo”, del trabajo “que constituye el 99% del éxito de todo escritor”, de las nuevas generaciones de la literatura de su país, de otro dominicano, el ganador del premio Pulitzer de este año, Junot Díaz, de su concepto de la religión y del amor, las gaviotas y otros vuelos:

voy a dibujar un pájaro que es su mismo vuelo/y un vuelo que aún no tiene pájaro/ vuelo que se crea con su pájaro/ pájaro agotado en los tonos de su vuelo/ no voy a dibujar un pájaro volando sino al mismo vuelo dibujándose/ y en mi turno de sentirme dios/ voy a crear un himno para el viento y la memoria.

Estando en Perú conocí a un hombre que ha vivido la vida con la intensidad de cinco hombres. Es argentino, tiene más de 70 años y un abanico de existencias escritas en su rostro. Se llama Facundo Cabral, ha recorrido el mundo con su guitarra y sus palabras y tiene un repertorio que sólo se explica por la suma de vivencias. En un auditorio de Lima le escuché recitar, en plena improvisación, un poema dedicado a América Latina. Y supe que esa tierra también era la mía, sólo que de adopción.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Quédense y vean


Siéntanse en el sillón de la sorpresa. Apaguen todas las expectativas que todavía limitan su imaginación. Predispónganse a no esperar nada. Y prendan el TV. Lo más cómodos que puedan. Y a cierta distancia del aparato familiar. Para que las ondas de la vergüenza no les afecten demasiado la perspectiva. Y observen. Porque la noche promete espectáculo.

“Dale, Jordi, sigue así, que se está viendo muy bien la entrevista”, indica un exaltado presentador desde el plató de Tele5 a Jordi González, cómodamente sentado a algunos kilómetros de Madrid delante de ese hombre-parodia. Se trata del gran momento de la semana, la esperada entrevista a Julián Muñoz, que tanta cola ha traído en los últimos días.

El personaje corrupto emergiendo de una pantalla en el centro del plató. Una conexión en directo. Un público repleto de ansiosos por silbar y acusar. Que no dudaron en figurar entre los presentes. Y que probablemente recibieron consignas de comportamiento. Todo ello precedido del escándalo de haberse pagado dicha entrevista con más de 350.000 euros. Tribunales de por medio. Ascensión del escándalo ¿Resultado? Publicidad garantizada y éxito de audiencias. (auguro)

¿Queda más? Si, queda muchísimo más. La cinta en azul que se pasea insistente por el fondo del aparato para enmarcar los mejores titulares. Los momentos de un entierro, si cabe falta, para aumentar la efectividad de la emoción llamada a pantalla. Reproches, documentos para el análisis de las entrañas jurídicas, un equipo de “periodistas”, imputados por el caso en cuestión y demás individuos dispuestos a obtener el máximo de detalles del mínimo de la decencia. No, señores, el invitado no es Julián Muñoz, el invitado de la noche es el morbo.

Y por sorpresa (relativa sólo, a estas alturas y más en viernes), observo que el morbo es también el protagonista de otros shows. En este caso, no es Tele 5, pero sí su hermano gemelo en llamar al espectáculo, Antena3, que para compensar la exclusiva de la competencia se lanza a una carta que de actualidad tiene poco. La presencia del “primer hombre embarazado” como coincidieron en titular todos los medios al referirse a Thomas Beatie, el transexual estadounidense que hace unos meses anunció en el programa de Oprah Winfrey, encontrarse en el quinto mes de gestación.

Sabemos que quedarse en casa el viernes puede resultar apoteósico. Aunque algunas veces el aparato supera incluso las expectativas más torpes. Que la televisión vive del espectáculo lo sabemos des de hace años, que tenemos la alternativa de cambiar de canal, también. Lo que a veces sorprende es que exista quien no tenga reparo ni en vender la dignidad. Aunque pensándolo bien, en un mundo donde las declaraciones tienen precio, no es de extrañar que lo tenga también el alma.

Y sin alma se quedan muchos de los participantes de “El juego de tu vida”, esa maravilla de la nueva era, que coloca en el estrato a ciudadanos hambrientos de dinero a cambio de hacer públicas sus intimidades. Es verdad que tiene usted problemas sexuales que dejan insatisfecha a su mujer? Que encuentra más atractiva a su cuñada que a su esposa? Que considera a su marido un ‘pobre diablo’? Que aprovecha su trabajo de vigilante de seguridad para masturbarse? Y la mejor… Es verdad que le ha sido infiel a su pareja? No. ¿No? Anda, mentira y pá casa. Sin dinero ni sin dignidad. Porque la suya pertenece ahora a todos los españoles. y el bolígrado parece que nunca miente.

Cuanta razón tiene Iñaki Gabilondo al anunciar esta semana que la televisión “ya ha entrado en el mundo del espectáculo”. ¡¡Pero cuanto hace ya que lo hizo!! Son los beneficios de la libertad de prensa, de existir cadenas privadas, de no tener un Consejo Audiovisual Español y de que nos guste tanto el morbo.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Vértigos


Decía Milan Kundera en "La Insoportable Levedad del Ser" que el vértigo significa que “la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados”. Sentimos a la vez un deseo imperante y un rechazo absoluto. Se mezclan lo ansiado y lo temido. Y tal vez por eso, resulta el vértigo tan difícil de eliminar.

Cuando tenía poco menos de 10 años subí a la Torre Eiffel con mi familia por primera vez. Habíamos viajado a la ciudad de la luz para sumergirnos en el mundo de fantasía que es Disneyland. Y aunque las fotos me recuerdan sobre todo las risas vividas en aquel parque temático, en mi mente sobrevivió una imagen que nunca me ha abandonado: la cara de pánico de mi hermana al haberla asustado cuando se acercaba al borde de aquella estructura metálica. Sus ojos me miraron con cara de terror. Y alguien atrás le dio nombre a esa sensación de miedo al vacío. Era la primera vez que escuchaba la palabra vértigo.

Años más tarde, volví a rozarme con las tentaciones de la gravedad, aunque esta vez el destino fue más cruel. Menos de lo que podía haberlo sido. Pero más que nunca antes. Se llevó a alguien de muy arriba, lo azotó al suelo y me lo plantó delante, para que en medio de un charco de sangre, reaccionara. Lo hice entonces pero nunca me acordé de todos los detalles de cómo había sucedido todo. Dicen que la mente humana es lo suficientemente inteligente como para borrar los entresijos del dolor.

Días más tarde, cuando ese amigo se estaba recuperando y se había esfumado toda posibilidad de un mal irreversible, seguía obsesionada en una imagen. La caída al vacío. La consciencia de surcar el nada hasta tocar suelo. Cerraba los ojos y lo veía de la mano de saber que serían segundos, pero después… todo acabaría. Y aunque él se riera ya de lo acontecido, tratando con el gesto de olvidar que hubo un día en que la vida le regaló una segunda oportunidad, yo seguía visionando el terror de la consciencia. El vértigo de la inmediatez que llevaba la máscara de la muerte.

Otras veces, a lo largo de mi vida, asocié esa palabra a contextos menos fúnebres. Más bien al contrario, a situaciones de gran aceleramiento. Al entusiasmo por un viaje esperado. A la cercanía de esa persona capaz de alterar las sensaciones habituales. Al nerviosismo por ese examen que pudiera cambiar mi futuro. El vértigo eran, entonces, ansias. Y como señalaba Kundera, mezclaban dos caras de una misma realidad: las ganas por convertirse en presente y el terror a la fugacidad inmediata.

Hace pocos días, leí en un blog la idea de alguien que asociaba el riesgo con el universo de oportunidades que nos ofrece nuestro mundo. Y me di cuenta que ése es el verdadero sentido del vértigo: el de dilapidar nuestros sueños en un mundo de posibilidades donde queremos trepar siempre hacia el más allá. Más vida, más riqueza, más espacio, más estatus, más amigos, más éxito…

Por eso, los verdaderos momentos de miedo no los vivimos a orillas de ninguna escalera, jugando con el espacio. Sino con el tiempo. Con el terror a la muerte, al fracaso, a la soledad, al declive, a la pobreza… en esos instantes en que, como el protagonista de Paul Auster, nos sentimos vulnerables. Verdaderos Mr. Vértigos.

viernes, 21 de noviembre de 2008

La lección de Binta


Binta tiene 7 años, vive en Senegal, en una pequeña aldea junto al río Casamance, donde las casas entienden poco de decoración y las escuelas son casi un privilegio. Su padre es un humilde pero astuto pescador. Un día uno de sus vecinos le muestra un reloj conseguido en un viaje a Europa, donde –le explica- se pesca con grandes redes y barcos que detectan los bancos de peces.

Sumido en una gran preocupación, el padre de Binta empieza entonces una travesía burocrática para llevar su mensaje a las diferentes autoridades de la región. Visita al subprefecto, quien le deriva al prefecto, que a su vez le deriva al gobernador de la región. Cuando éste finalmente le atiende, el padre de Binta le hace llegar su propuesta: ha decidido que como en Europa van a morirse los peces en masa, los árboles, la gente vive obsesionada con la hora y la productividad, considera que sería una buena idea adoptar a un “blanco” para que vaya a vivir a África.

Lejos de pretender hablar en lengua de dogma, “Binta y la gran idea”, documental grabado en 2004 por Javier Fesser para la UNICEF, incita en tan sólo 30 minutos a reflexionar sobre la pertinencia del desarrollo. Ese concepto que desde hace años acuñamos en Occidente y bajo cuya vara vamos ofreciendo ayuda en los países del “tercer mundo”. Se da por sentado que nosotros ocupamos la cúspide del desarrollo mientras algunas zonas de África, Asia y América Latina todavía construyen los cimientos de sus futuras democracias.

¿Pero, estamos tan desarrollados en este nuestro mundo civilizado? A veces, lo dudo. Algunas semanas certifico que no. Que nuestro país haría bien en seguir el caso de otros países teóricamente menos desarrollados. Países capaces, por ejemplo, de juzgar las dictaduras de su pasado sin el temblor que parece invadir al Estado español. Suráfrica, Perú, Argentina, Bosnia, Croacia, Sudán y así hasta 30 países han revisado su pasado más trágico, dejando –afirmaba El País esta semana- “en evidencia la escasa implicación del Gobierno español”.

Suena realmente a ironía poco divertida e incomprensible que este país, que teóricamente asumió la democracia hace más de 70 años, no haya realizado jamás una investigación sobre los crímenes cometidos durante la Guerra Civil. Tras repartir justicia por media América Latina, Garzón ha intentado proceder finalmente aquí, pero claro, media España se le lanzó al cuello. La España donde todavía resisten 194 calles con nombres vinculados al franquismo. Ver para creer.

¿Conclusión? Se deben investigar los crímenes del franquismo pero que lo hagan otros. Los juzgados de los lugares donde se cometieron los secuestros y han aparecido las fosas. ¿Lo mejor? Las declaraciones de Zapatero de ayer jueves señalando que es un “buen dato” que el franquismo caiga en el olvido…Defiende Amnistía Internacional en un documento remitido al presidente del Gobierno, con la firma de más de 40 juristas internacionales de prestigio que “Para pasar página primero hay que leerla”. Pero no. En España no se procede así y algunas semanas parecemos estar debajo de la pirámide de los avances morales.

Porque ésta, no lo neguemos, ha sido una gran semana. Se fraguan las expectativas de tantas organizaciones de víctimas del franquismo, el PSOE se enfrenta con uno de los suyos por la placa de una monja en el Congreso, un hospital público de Madrid receta castidad en vez de preservativos para combatir el sida, nos enteramos que el Consejo Audiovisual de Cataluña regala las licencias de radio, Tele5 paga a Roldán y Julián Muñoz cantidades nada despreciables por entrevistarles, una discoteca de Valencia sortea un implante de pechos… ¡Qué gran semana!. Menos mal que aquí somos civilizados…

martes, 18 de noviembre de 2008

“No hay héroes sin acción”


Me despierta más antipatía que simpatía por muchas de sus opiniones políticas e incluso filosóficas. Me ha indignado, a menudo, con algunas de sus sentencias sobre ese sentimiento tan complicado que son los nacionalismos. Pero hoy le escuché dejando en las frías calles de Madrid esos prejuicios que necesité abandonar también para leer y enamorarme de cada novela de Vargas Llosa. Y la verdad es que el esfuerzo valió la pena.

Robándole minutos a la campaña de promoción de su obra, “La Hermandad de la Buena Suerte”, ganadora del último Premio Planeta, Fernando Savater acudió esta tarde a la Casa Encendida para hablar de algo que considero lo más lejano a la política: los viajes. La aventura del descubrir. La acción de los múltiples despertares. El espacio de los apátridas voluntarios. Ese mundo donde “No hay héroe sin acción”, sentenciaba el título de la conferencia.

Savater empezó hablando de la intencionalidad, ésa que empuja a la aventura y le da el auténtico sentido. Que no entiende de kilómetros ni de logros sino de convicciones personales. “No importa lo que uno hace sino aquello que cree que está haciendo”. Es el irónico sabor de la percepción, de la experiencia que se vive aquello que le da el sentido real. “El verdadero viaje es el que hacemos imaginándolo”. En los preparativos al será... En el soñar, “que no es una forma pequeña de viajar”, lanzó el filósofo. Y remató después, con esa frase de R.L. Stevenson:

“Viajar con esperanza es mejor que llegar”

¿Viajamos, entonces, para soñar? O ¿soñamos el viajar? Sea cómo sea, viajó Ulises, viajó Dante, viajaron los protagonistas de Tolkien, viajó Cortázar en “La vuelta al día en 80 mundos”, viajaron los grandes autores y viajamos todos, aunque sea una sola vez, señaló. “Porque nacer es ya llegar a un país extranjero”.

Y entre esta llegada y la partida inevitable -“la gran aventura de ir al otro mundo”- se pasean las tentaciones, las maletas, los destinos idealizados, las imágenes enfrascadas en postales y “los riesgos de no volver”… Experiencias todas ellas que no son sino “una metáfora del nacer”. Una forma de obligarse a mantener “la perpetua infancia”. Vivencias, todas ellas, que se hacen “a despecho de la muerte”.

Y aunque ese último viaje, que no es sino “partir mucho”, marque el momento más trascendental de la vida, no dejan de ser las aventuras “que ponen en peligro el alma”, las más auténticas, comentó. Ésas donde no entran en juego los kilómetros ni los trenes. Porque pueden sacudirte con la misma intensidad que los trayectos a los destinos más exóticos. Porque ponen a prueba tu integridad y tus valores, tu moral y tus creencias. “Porque son trastornos que vienen del espíritu”, clausuró.

Ya en el turno de preguntas, Savater habló de la rutina, ese “mecanismo de auto-defensa”, que en épocas nos “permite descansar del estrés de la novedad” y experimentar “otras cosas como el cariño o el estudio”. E irónico, bromeó que “incluso Tarzán necesita cuando llega a casa descansar de ser Tarzán”. Pues, considera, además, que “un viaje perpetuo, sería un perpetuo exilio” porque, en realidad, “nos vamos para regresar”.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Ruidos

Amaneceres de un nuevo verano español. El olor del hogar, que esta vez sabía menos reconfortante. La pérdida del sentido de la realidad. No sólo por el inevitable cambio horario, sino por el choque imprevisto. Por el rechazo a algo que, ¿ya no te pertenece? Los silencios. Los recuerdos. El presente que huye mientras pienso en un pasad…que no quiero catapultar al pretérito. Ruidos

La lucha y el debate, marcos que ahora ocupan las rebajas, los nuevos modelos veraniegos y la crisis. La indignación ante la falta de indignación. El análisis de los porqués. Las letras convertidas en refugio. La búsqueda de un nuevo yo, en un nuevo donde. Las amistades que conviene conservar. La dificultad de hacerlo cuando la necesidad es dentro y el entorno una repetición. Ruidos.

La pelea entre mundos de un mismo cuerpo. La discordia entre la ambición y la realidad. Resultados que aplazan los deseos a un futuro incierto. La paciencia como lección. El recuerdo de que la constancia convirtió los magos en profetas. La profesión la forma de huir del caos y aterrizar en una realidad robada del pasado. La visita de alguien que tardó más en salir a explorar, pero que hoy también está de acuerdo en que esto “ya fue”. Ruidos.

El vacío que azota las cumbres borrascosas. La necesidad de sentarse. ¿Sólo para unos meses? Un debate sobre alguien tan cercano que se confunde con uno mismo pero que parece ya no ser ese mismo de antes. ¿La pérdida de la inocencia? La rabia del cuestionamiento. Y después, la apacible calma. Y de nuevo, la confianza. Auto-impuesta, obligada, aceptada, parte de… La voluntad de desterrar el miedo al paraíso de los inmortales. Ruidos.

Los recuerdos y los tiempos, de nuevo en montañas rusas incapaces de frenar. Un futuro por reconfigurar. La seguridad que es posible. El amor, que llega en tierra y tiempos diferentes. Y se debe reacomodar. Y volverlo a entender. O preferir no entenderlo nunca. Porque es tan irracional que su sentido yace aquí y no en la lógica de parámetros demasiado relativos. La huida por días a otro mundo no tan lejano. Y con el viaje, la esperanza de que volar todavía es alimento imprescindible. Ruidos.

La partida necesaria. Las sensaciones que no se sienten, que no se fuerzan, que deben reaparecer con la calma con que se duermen las aguas para luego volver a despertarse. El nuevo hogar. El pecado de mirar el infinito por escribir. La confusión entre la paz ¿requerida? y el alboroto ¿necesario? La opción entre dentro y fuera. El convencimiento del cambio donde purgar y la esperanza en las nuevas calles. Ruidos.

El confort que regresa, una ciudad mediterránea que huele, de nuevo. La muerte que asoma, que, desafiante, corta el día. La vida, la eterna fuente de alegría. El sentido del todo y del porqué. La necesidad de producir, de crear, de relatar. El convencimiento de cómo y en qué invertir el tiempo. La confianza restablecida. La fuerza, que vislumbran de nuevo. Ruidos.

Ruidos que nos definen, velan por nuestros sueños, motivan desesperanzas, animan luchas, analizan porqués. Y a veces, únicamente nos esclavizan. Son simples murmullos. Voces que es mejor silenciar para darle a la sorpresa el placer de construir nuevas vías de trenes hacia un destino que el ruído nunca intuirá.