lunes, 5 de septiembre de 2011

Pequeños grandes placeres


Era la segunda vez que le veía. Pero desde el primer café supe que le volvería a ver. La complicidad tiene esas cosas, te chiva siempre al oído el camino del porvenir. Y al ser enemiga de la edad, logra a la vez ejercer de puente.

Con los cómplices no existen los años, ni las diferencias culturales, ni los silencios, ni el tiempo, que suele marcar el ritmo de las relaciones. Con los cómplices todo se acelera. Y a la vez, todo puede desvanecerse muy rápido. Porque precisamente al ser cómplices no llevan consigo las redes del compromiso. Y tal y como vinieron, pueden irse. Dejando detrás el recuerdo de días o momentos especiales. Sólo eso. Tanto eso.

Domingo fue uno de esos días. Martín me recogió a las 10. Habíamos intercambiado un café y unos mails. Deseábamos repetir encuentro pero era fin de semana. Y algo en esta época de mi vida me impide permanecer en el mismo sitio los fines de semana. Necesito volar. Siempre lo necesité. Quizás ahora, cuando gran parte del trabajo se ejecuta desde casa, la necesidad de moverse sea más fuerte todavía.

Por eso, le propuse una “excursión”. Asumí el riesgo de las corrientes que no fluyen. De las incomodidades que ello conlleva. Solo ligeramente. Porque al imaginarme la salida para nada intuía que algo fuera a resultar difícil. No lo fue. En ningún momento y a pesar de la diferencia de edad.

Recorrimos el tramo entre Lleida y Sitges enredados en palabras. Sumergidos en debates profundos y a la vez relajantes. Hay tanto qué decirse cuando no se ha dicho nunca antes nada y se cree poder comprender tanto del otro. Hablamos y hablamos.
Solo una imagen, robada al horizonte, interrumpió la conversación:

- Al menos ya has visto el mar, me dijo –consciente de la importancia que ese espacio tiene para mí.

No dije nada, solo suspiré. Pequeños grandes placeres.

Luego llegó la cerveza delante del mar. Luego más palabras. Luego una paella. De postre, tarta de chocolate. Luego más palabras. Más debate. Menos secretos. Más facilidades. Luego el paseo en una playa abarrotada donde solo la tranquilidad interior podía alejarte de las masas. Luego la serena observación del mar. En silencio, sin que ello supusiera una incomodidad.

De regreso leí. Como si fuera la más natural de las acciones aún acompañada. Abrí el dominical que había comprado por la mañana y me sumergí en un fantástico reportaje sobre la especulación de las materias primas. Fuera, el día iba muriendo a medida que avanzábamos. El sol nos regalaba a cada minuto mejores tonalidades.

Asomaban los molinos de viento que tanto impactan cuando se cruza esa zona ya cerca de casa. El aire olía a fin de verano. Los pueblos perdidos de esos pequeños valles recordaban a postales. Respiraba serenidad. Había llegado al final de un día de consecutivos pequeños grandes placeres.

No ha sido el primero de este verano. Tan curioso. Tan repleto de sorpresas. Tan sereno. Tan vivido.

PS: Con Martín no hubo besos, ni abrazos. Ni tan siquiera el más mínimo asomo sexual. Los cómplices tienen eso también. A veces son amantes. A veces son grandes amigos.

“Procura que tus placeres sean múltiples y combina los que te recompensan a corto plazo con los que lo hacen a largo plazo”, Manuel Mas-Bagà.