domingo, 19 de julio de 2009

Prefiero La Duda


No tengo la solución al gran amor de mi vida. Siento, por un lado, que le amo como nunca he amado antes. Y aún así, me dejé seducir por una tierra desconocida antes que repetir esa su ciudad que me es ajena y triste la mitad del año. Me dejé fascinar antes por la curiosidad de nuevos mundos que caer rendida a los pies de otra parte de mí. La que siente, quiere, desea y se entrega al amor “¿Pero tú, donde quieres vivir?” , me preguntaba hace poco una amiga. “No lo sé, todavía no he encontrado mi lugar en el mundo”, le contesté con todo el sosiego que otorga la sinceridad.

No. No sé aún el nombre de la ciudad que cobija el secreto de mi permanencia. Ni conozco el hombre que se sentará un día a mi lado a narrarme historias y se quedará para siempre, robándome las ansias de volar hacia otras partes. O si ya lo encontré y simplemente lo dejé volar yo a él. Tampoco tengo identificado, en la incierta bola de cristal del futuro, el sitio donde quedarán escritos mis análisis, mis textos, mis crónicas. Todas esas historias que quiero volcar en un papel.

Pero sé aquello que no quiero. Y tal vez por ello, aún cuando mi interior me inquieta con eternos cuestionamientos, mi exterior, reflejado en la voz de aquellos que me conocen, se tiñe de afirmaciones de seguridad insensata. Y así, sigo escuchando en todas las ciudades por las que paso esa frase de la que, cada vez más, me río: “¡Es que tu sabes tan claro lo que quieres!”. No, señores, no sé todo lo que quiero. Ni estoy convencida de acertar cuando dejo huir algo o alguien que tal vez forme parte de mí más que cualquier otra cosa.

Pero sé lo que me mueve. Conozco el hilo de la pasión porque es el único que me gobierna, cuando no apremia la economía, que al final, no es más que un sendero que hay que conocer para saber huir de él. O para aprender que, en paralelo, se pueden recorrer otros caminos. Los verdaderamente importantes. He aprendido a identificarlos. A capturar las letras y las discusiones que me dan vida. Y desecho, así, todas las cárceles que podrían capturarme con fáciles tentaciones. Prefiero la aventura. La vida sincera. Sincera a los deseos y a las creencias. Porque es la que hace que aparezcan gusanos en el estómago.

No sé porque es todo tan difícil”, me decía hace poco una buena amiga. La familia al otro lado del Atlántico, la pareja que le es compañía pero no amor, los amigos que se alejan, las ciudades que no siempre llenan. “No sé porque todo es tan difícil a veces pero sé que tenemos aquello que a tantos les falta: motivación”, le contesté.

Y sí, resulta que el camino que casa la sinceridad con las pasiones presenta más obstáculos que la rendición a un modelo. Pero no, querida, esa no es nuestra forma de vivir. Y tal vez por ello, aún cuando nuestro camino sea el más incierto –porque está desposeído de propiedades, de parejas, de países a los que establecerse, de trabajos permanentes- nuestra idea de lo que queremos es la más firme. Aunque nazca sólo de la base de aquello que no queremos.

De las tantas frases de ese idolatrado Kapuscinski al que este año me he acercado más que nunca, permanece en mi mente una idea: la de la fascinación constante ante la novedad. Él, que tantas guerras recorrió y tantos mundos conoció, escribía una vez “Cuando estoy entre los nómadas del Sáhara les muestro todo mi respeto, pues si yo, sin conocer su cultura y sin saber eso que les permite sobrevivir, me encontrara en su lugar, simplemente me habría muerto”.

Esa frase, un alegato absoluto a la pasión por descubrir, me viene a la mente después de recordar la frase de un amigo que me ha repetido, en las últimas semanas, la palabra “aburrimiento”. Tan fuerte me golpeó la declaración de que se aburría en la vida, que tuve que pedirle, hace poco, una aclaración. Porque lejos de asociarlo con la apatía, lo que me despertaba su declaración era una profunda tristeza. Bañada por el miedo de quien ya no va a volver a sentir nada con intensidad nunca más. “¿Y…la vida es eso? Me pregunto si la vida es sólo eso”, me contaba en un entorno nocturno que representaba la antítesis total a la desidia.

No conozco exactamente los detalles de su vida –por evidencias históricas más compleja que la mía- ni el porque exacto de ese aburrimiento, “temporal”, me confesó después. Podría asociarlo, como le dije, con su edad, más avanzada que la mía. Y darle razón, así, a todos aquellos que nos quieren alumbrar con el encaje perfecto entre juventud e inocencia. O la sensación esa, que tan bien resumió Picasso al recurrir en sus últimos días al mismo estilo que tenía en su adolescencia. Y aceptar así, que la rebeldía es pasajera. Y la pasión se pierde con los años.

Pero resulta que, aunque dude de muchas cosas, huyo más de ciertas ideas. Y si bien a menudo no sepa porque rechazo esa nuestra visión euro céntrica con la que adoptamos el juicio de lo bueno y lo malo de otras culturas; o me crispe con los análisis tan politizados bajo los cuales se ejerce el periodismo; o me indigne con todos aquellos que critican la inmigración sin conocer la desesperación del hambre; o evite las críticas de quienes confunden manipulación con desconocimiento,…Aunque desconozca porque sucede todo eso, hoy sé que prefiero la duda. Porque es ella quien me lleva al cuestionamiento. A la rebeldía en forma de conocimiento. A la búsqueda –finalmente- por intentar comprender.

Por eso cuando ese amigo me receta tranquilidad ante la incomprensión –a veces del mundo exterior, otras de los propios sentimientos- le respondo con todo el afecto: “No quiero esa tranquilidad”. Prefiero la duda que me hace sentir viva.

A X.F. amiga sincera y “compañera” de rebeldía, por tantos momentos de indignación y de análisis. Por las risas desmadradas que protegieron la desesperación del momento y la complicidad de saber que nunca estamos solos.

jueves, 9 de julio de 2009

Décimas de segundo


El sonido del teléfono móvil. Un número que revela intención. El pálpito de la espera al borde del final. La tecla verde. El “dígame”. La frase que resguarda un destino. Mi próximo destino. Escrito en la voz de alguien. Y hecho público…en décimas de segundo.

O tal vez un correo. Enviado desde una dirección usual. La clave del futuro encriptada mientras se abre esa bandeja. La pulsación de saber que aguarda el misterio de un país. El nombre del próximo billete de avión. La cuenta atrás. En segundos, décimas de segundos. Y después, la consciencia…el final de la espera.

La mirada intensa, la sonrisa, un juego, la autorización a acercarse. El beso que abre un camino al amor. La historia más mágica…O el rechazo. Escrito en el gesto hacia atrás. Una débil negación. Historias que podrían ser. O historias que se niegan. Y la decisión tomada…en décimos de segundo.

La apuesta por el éxito en manos de tres personas. Un jurado a quien convencer. Un propósito del que no se puede dudar. El convencimiento de que las maletas esperan allí, al otro lado del océano. El discurso convincente. Las preguntas. A veces más interrogativas. Un reto por superar. Un rail que dirigir. El tren…ese que nunca se desvía. Pero que puede hacerse más sólido hoy o fluir hacia más adelante. Sólo…en décimas de segundo.

El temblor de la tierra. Sentido como nunca antes percibí el gruñido de esa nuestra pachamama. Sin tiempo a reaccionar. Sin la oportunidad de entender la gravedad del momento. Temblores. A ratos más fuertes. La amenaza escrita en las ondas de un movimiento. Las calles peleando por romperse. El equilibrio de los edificios donde nada puede equilibrar un miedo. Los breves instantes de un terremoto. Acumulación de segundos que llevan a la desaparición de una ciudad. El terror y las secuelas. En tan sólo un breve, brevísimo espacio de tiempo.

Lentos parpadeos que batallan por comunicar. Una sensación de ahogo. El último suspiro a punto de brotar. La alerta del adiós forzado. Últimas comunicaciones. Con la paz de saberse a tiempo de despedirse. La elección de dejarla ir. Con el consentimiento de que así, será libre más tiempo. Y que aquí, también podremos vivir sin ellos, los que se van. Más allá. Y cruzan esa puerta…en décimas de segundos.

Y en el mismo breve espacio de tiempo, incalculable para los sentidos, abandona él su confort. El refugio de una alimentación satisfecha, el afecto garantizado, la consciencia evitada por los ojos cerrados. Nueve meses de escondite. Nueve meses de confort. Hasta que –de repente- en el último esfuerzo de ese largo dolor, rompe el muro del abrigo. Su saludo es el llanto. Su manto el abrazo. Grandes emociones condensadas …en décimas de segundos.

Instantes que esconden la esencia del todo, de lo verdaderamente importante. Instantes que a menudo perdemos mientras corremos hacia otra dirección. No siempre conocida. Menos todavía predecible. Pensando que los días son tan efímeros que es mejor aprovecharlos corriendo. ¿Y si las mejores cosas sucedieran mientras estamos sentados?