domingo, 7 de junio de 2009
Licencia para escoger
Si me hicieran escoger de todos los obituarios que he leído en vida -escritos justo después de una muerte o tiempo más tarde en crónicas que sirven para devolver los muertos a los vivos por unos segundos- no tendría duda alguna de cuales citar.
El primero de ellos lo leí en La Vanguardia hará unos tres años. Era de una periodista de esa casa, probablemente poco conocida a nivel internacional, por lo que a simple vista no tenía porqué atraparme de forma especial. No tengo ninguna pasión secreta por los obituarios. Sin embargo, esa crónica, que poco tenía que ver con la muerte y mucho con la vida, logró atraparme desde el principio al final con la intriga que a uno le secuestran ciertas novelas.
No recuerdo el nombre de la tal periodista. Recuerdo, en cambio, y muy lúcidamente, el elogio a la forma como vivió que la autora describía. En esa vida, que acababa de terminar por un cáncer, no faltaron los viajes, la entrega, la amistad sincera, la necesidad de descubrir, el afecto desinteresado y sobre todo la pasión. La pasión por vivir, que al final y al cabo es la única que logra resumir todas las demás. Tanto y tan fuerte había golpeado ese modus vivendi que lejos de lamentar su muerte, la autora le hizo el último homenaje al celebrar su vida. Lo terminé de leer pensando que el día que me muera, quisiera poder inspirar un obituario así.
La otra crónica sobre una muerte –reproducida decenas de veces, analizada, leída y lamentada eternamente- es la de la escritora norteamericana Susan Sontag. Otro elogio de la vida en el sentido más franco. “La novelista y ensayista […] tuvo un apetito desbordante por la vida y una actitud intelectual independiente e irreverente”, decía de ella el escritor Tomás Eloy Martínez en un artículo en El País en febrero de este año poco antes de que su hijo, el periodista y editor David Rieff, publicara la obra “Reborn”.
Destacan en el texto del argentino frases como ésta. “Su apetito por la vida desbordaba las exigencias cotidianas. Se desvelaba anotando listas de las cosas que necesitaba vivir o conocer”. Alabanzas sin pretenderlo, estas observaciones siguen la misma línea que las de su hijo, que relata en “Reborn” como Sontag “amaba vivir, y tanto su sed de experiencias como sus expectativas de escritora habían aumentado con el paso del tiempo”.
Hace unos diez años, en plena efervescencia juvenil, se sucedieron varias muertes a mi alrededor, dos especialmente cercanas. Predecibles por esa enfermedad agónica que no anuncia cuando llegará pero sí que en algunos momentos es irreversible, viví esa época envuelta en tumultos de sensaciones. Se mezclaron de forma demasiado confusa la tristeza de unos con la valentía de otros. La aceptación, el dejar fluir hacia nuevos allás (existentes o no), el dolor y la desesperación.
Aunque si hay un sentimiento que hoy recuerdo al recuperar todos esos minutos de intensidad, escogería sin duda esa frase pronunciada por alguien muy cercano a una hija ante la pérdida inminente de su madre: “Déjala partir, dile que se vaya tranquila, que estarás bien”.
Amo tanto y tan intensamente esta vida que le temo profundamente a todo aquello que tenga que ver con el conformismo, la cobardía e incluso la mediocridad (asumiendo que los límites a cada una de ellos no los ponen los demás sino uno mismo). Y cuando cruzo etapas de crisis existencial, saben quienes me conocen bien que no entrañan desidia y abandono sino miedo a no ser lo que, racional pero también pasionalmente, ansío para el futuro. Es por ello que estos momentos concentran las etapas de más absoluta concentración y estudio.
Y eso, esa inquietud que me mueve a rebelarme, a exiliarme del entorno y ensimismarme en el futuro, encierra innumerables debates conmigo misma pero es, a la vez, el sendero hacia grandes satisfacciones. Y resulta que no concibo la vida de otra forma que no sea con sinceridad hacia mis sueños.
“Si no puedo ser lo que soy ahora prefiero que me dejen morir”, dijo en una ocasión la joven italiana Eluana a su padre Beppino Englaro. En una entrevista publicada ayer en El País, este hombre, desgraciadamente célebre por lograr que retiraran la hidratación artificial a su hija tras 17 años en estado vegetativo, recuerda exactamente los 6.233 días que Eluana NO vivió. Habla de ella como un “purasangre de la libertad”.
Y recuerda que tras el accidente de un amigo de la joven, que se quedó en el mismo estado, ella le declaró: “No quiero bajo ningún concepto permanecer en unas condiciones de este tipo”. Beppino y su esposa no hicieron más que obedecer su voluntad. Puede que la más lícita de las voluntades: decidir cuando y cómo morir. La pasión por la vida lleva implícito también el respeto por la muerte.
*A A.G. por las horas de escuchas, risas y debate existencial.
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5 comentarios:
You're so hardcore, dude.
quina genialitat de text, la veritat és que s'ha de viure al màxim, deixant fluir els sentiments que ens guien.
Salut i a escollir.petons
bep
ÀMA, leer tus escritos despiertan emociones que solo emergen en momentos especiales.
La muerte de otros, su vida condensada en un obituario, siempre me hace pensar sobre si le estoy sacando el máximo partido a mi vida.
Todo un género el de los obituarios. Me gusta leerlos. Me encantan los descarnados, los que parecen estar escritos cuando el protagonista está en el apogeo de su vida. Son los más sinceros.
La novela "Sostiene Pereira", de Antonio Tabucchi, marcó un antes y un después en mi actitud a la hora de leer obituarios.
Os la recomiendo.
Gracias Àngels, por las emociones evocadas.
Bisous.
Gracias a tí Isidro, por escucharme, leerme y apreciar mis textos. Sabes que no concibo la vida sin la escritura. Y sobre lo de sacarle partido a la vida...pues a veces es al mirar atrás que vemos que sí, fue intenso incluso aquello que no lo pareció.
Gracias de nuevo por sentir con mis palabras. Y por los consejos y la confianza en mí!!
quien es A.G.??? jeje
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