¿Se pueden imaginar la ciudad más anti-ciudad? Repleta de edificios sorpresivamente bajos en una urbe que es capital, sumida en un caos increíble aunque cada vez más familiar entre los ladrones de ciudades latinoamericanas, una metrópoli tan carente de glamour que ni los edificios gubernamentales pelean por querer destacar, una suma de edificios en apariencia organizados pero a la vez en absoluto desordenados. ¿Se imaginan el caos entre el caos? ¿La desidia escrita en las fachadas?
Ciudad donde no hace falta acudir a las cifras para detectar la alta presencia indígena, ciudad que llora pobreza por los poros de cada ciudadano apostado en paradas de comida itinerantes, en las manos castigadas de sus habitantes; ciudad de clases sociales demasiado fragmentadas que se leen en los rostros, en los vestidos y en las miradas. Esa mirada de quien te adula por la tela de tus ropas, por la blancura de la piel europea que uno quisiera a veces poder esconder…el odioso respeto por pertenecer a otra tierra, el irrenunciable halago hacia el blanco…Aquí antónimo de indio. De indígena.
La ciudad que respira gracias a sus árboles, a los bosques que la mecen en un abrazo por proteger lo débil entre lo más endeble, logrando así hacer de la pobreza –chozas entre vertientes de montaña- una miseria menos implacable. Vida vegetal donde escasea la dignidad humana. Verde para esconder el gris de las necesidades insatisfechas. Las más básicas hechas pedazos.
Esa es Ciudad de Guatemala. La tan temida urbe centroamericana, por acoger en su regazo a bandas juveniles cuyo nombre conoce el mundo entero. ¿Violenta? Hay quienes aseguran que sí, que acá la realidad no es mera ficción, otros que te hablan de la habitual precaución, españoles que nunca la sufrieron, guatemaltecos que han sido víctimas al menos una vez de asaltos. La realidad, como siempre, resulta ser el gran tesoro escondido en el manto de la experiencia personal. Sin la cual resulta imposible hablar con certidumbre.
Viajamos a estos países por esa necesidad imperiosa de ver con nuestros ojos las denuncias que queremos dejar escritas, en combinaciones de letras que pocas veces impactarán donde la voluntad política no quiera incidir. Huimos de la modernidad de países como Chile o Argentina por esa terquedad en conocer, de entre lo menos digno, lo más extremo. Y así, asegurarnos que cuando hablemos de derechos humanos tendremos grabados las imágenes de esas escenas donde el mero nombre es ilusión. De cuya ausencia queremos reportar, a menudo desde tronos de oro ¿Para qué engañarnos?
“Nos apasionan estos mundos pero en realidad cuando uno mira por la ventana ve un mundo tan decadente”, le comentaba a una compañera del periódico hace un rato. “Sí, pero te acostumbras”, me respondía. ¡Y cuanto te acostumbras! Pensaba. Te acostumbras des de antes de llegar, cuando dibujas en ese esquema mental de la ciudad el diseño de la peor urbe que podrías encontrarte. Esa ciudad, al lado de la cual, como muy bien me dijo una amiga hace un tiempo, Lima resulta ser un paraíso.
Paraíso o no, acostumbrarse –antes o después- es tan sólo el marco necesario para vivir la experiencia escogida. Porque por ella sacrificamos la estética de la arquitectura. Sacrificamos el amor, la familia, algunos amigos, la tierra, algunas comodidades.
Y todo, todo….por la necesidad de conocer otros mundos. Realidades que, cuanto más duras, sabemos que más nos enriquecerán. Porque frente a las huellas que acá podamos dejar nosotros, se grabarán para siempre, en nuestra consciencia, las experiencias aquí vividas.
De su gente. Y de su realidad. …Esta que en esos días empiezo a degustar. Tan apasionante por enmarcarse en mi vuelta al periodismo escrito justo donde lo social es la prioridad. Tan transitable por gozar de la suerte de encontrarme con esas personas que se van cruzando en el camino muy pronto, muy amigablemente…sin dejar que la soledad asome entre los miedos. Con el apacible gozo del viaje más tranquilo.
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2 comentarios:
Ahi va, pero si escribes!! y nada mal!! Muy bien pequeña saltamontes, sigue así!! Mucha suerte y ánimo, tú sabes que la ciudad no la hacen los edificios... ;)
La verdad es que lo que usted describe es el rostro de una patria que ha tenido que levantarse despues de haber sido destruida por un terremoto un poco mas fuerte que el de Haiti en 1976, un pais que ha tenido que levantarse despues de haber sido victima de gobiernos impuestos por los EEUU despues de un corto respiro de democracia desues de la revolucion de 1944, un pais que ha tenido que levantarse despues de una guerra interna que en silencio ha dejado muchos mas muertos que el Sunami, un pais que ha sido victima de un desigual tratado de libre comercio con EEUU, donde los unicos beneficiados son los exportadores y un grupo de priviligiados....
Ese es el rostro de la nacion que usted describe...
Gustavo Mejicanos
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