Escogemos, es parte de la inteligencia. Y al hacerlo dejamos atrás otras vidas. Las miles de vidas que hubiéramos podido vivir. Escogemos por los demás, también, cada vez que cerramos la puerta a un país, a una amistad, a un amor. Tanto como nos las cierran a nosotros. Nos cierra puertas la muerte. La negación por excelencia.
Pero también las personas. Al influir en nuestras decisiones para que tomemos un camino y no otro. La opción vivida se lleva el premio de convertirse en presente. Las otras las honraremos con la imaginación. Se acumularán en un lugar de nuestra mente donde quedarán todas las vidas que pudimos vivir y que nunca fueron.
No hay vidas perfectas. Hay momentos perfectos. A veces llegan porque los buscamos, vimos que asomaba una circunstancia-momento-situació n exquisita y tiramos de ella. Absorbemos todo su aroma porque sabemos que estamos necesitados de instantes mágicos. Porque ya aprendimos que mañana recordaremos lo vivido.
Otras veces escogemos el silencio. Huimos del ruido de las ciudades y nos encerramos en mundos interiores. Nos recogemos. Vividos desde otra intensidad. Mucho más interior. Más reflexiva. Más impregnada de nosotros y menos de ellos, los que forman parte de nuestra vida. Son, por igual, momentos mágicos.
Sin unos los otros no tendrían sentido. Sin la duda no tendríamos que enfrentarnos a nosotros. Sin enfrentamiento no creceríamos. Sin crecer, sin temblar, sin dudar, sin llorar, sin reir no existirían las sensaciones. Y sin sensaciones no habría vida.
Dudo. Medito. Crezco. Recuerdo. Proyecto. Vuelvo a dudar. Decido. Quiero. Elijo. Sueño. Dibujo mundos. Borro certezas. Abro paso a los quizás. Comparto. Acepto. Me interrogo. Cierro etapas. Abro futuros. Y al hacerlo, sigo dudando, pero sigo viviendo.
“Rechazo las certezas, las tribus, los rebaños, los comisarios políticos, los cardenales. Me encantan las dudas”, Ramon Lobo.
Washington, 6 de julio 2013
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