domingo, 8 de marzo de 2009

Huelen las noches de primavera



No me mires a los ojos con una especial intensidad. No te voy a recordar por el color de tus ojos ni por la ternura que imprimas a tu pestañeo. Acércate a mí y deja tu olor esparcido en los milímetros de aire que nos separan y no la olvidaré jamás…

Tu olor será el garante de tu recuerdo. Aparecerá en las calles, en los pasillos del metro, en la universidad y en los bares. Y aunque te la hayan robado mil anónimos, para mí sólo existirás tu multiplicado por cien posibles tus.

Vivo y revivo en el olor de las personas y de los tiempos. De los ríos y los barrios que un día absorbí. De selvas y montañas que tienen nombre propio en el cuaderno de las experiencias imborrables. Le robo a los abrazos el nombre de quien me los regala para guardar bajo llave, el código de su olor. Analizo el suelo que pisé por el olor que le impregnó la lluvia.

Y cuando apacigua el frío, sonrío y digo, un día al surcar la noche: “Huele a primavera”. Me miráis y me convencéis de que las estaciones no huelen. Y aunque debo pretender daros la razón, dentro de mí se colaron ya las partículas de un nuevo sentir. Terminó la pelea contra la apatía y aparecieron los raudales de vida. Ráfagas de inspiración que no quieren sucumbir al sueño. Pues saben que allí, en esas horas de vida yace el sentido de todo, de lo invisible a los ojos, aquello que es realmente importante, dijo un piloto.

Guardo decenas de cajitas en el departamento de los olores. En ellas almaceno el recuerdo de París en un día de frío acompañada de una buena amistad. Y del mar de Lanzarote, que no logro descifrar si huele a arena o a libertad. Cobijo allí el primer olor de Lima, cuando las imágenes en un aeropuerto eran tan intensas que no lograban ordenarse como ese primer perfume a confusión. Y las posteriores visitas al centro de la ciudad, el olor de los taxis, del regreso a una casa que despertaba la fuerza de las primeras incógnitas, del océano Pacífico, tan angustiante con su fuerza amenazadora.

Almaceno en esas cajitas los perfumes de todos los hombres que significaron algo en mi vida. De los aviones, sin los cuales me resigno a vivir. De los veranos en balcones de la Costa Daurada, donde me cuestioné la línea entre el amor y la amistad. Recuerdo el olor de la libertad, mi perfume favorito, porque aunque lo asocie a espacios determinados, siempre me sorprende con nuevos senderos.

Sonrío con el olor de la habitación del pueblo donde se inició esa lucha entre los libros y las personas. Y en esa misma casa, aspiro, cada vez que voy, la fuerza de los lugares familiares, guardianes del mayor confort que existe. Aunque la adrenalina sea propiedad de la incertidumbre, sin esa calma no puedo trazar el valor de la novedad.

También la música me regala olores. De hojas de papel, luces que alumbran páginas, estrellas que espían la mirada concentrada durante noches de primavera. Juntas transmiten el aliento de los momentos perfectos. El río Ganges se acerca para hablarme y Heródoto aparece en los labios del periodista inmortal.

Hoy dejo la puerta abierta para que entren, todos ellos, olores…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ja era hora que tornessis a omplir el blog, que ens tenies abandonats.

X dijo...

Entrarán los olores no te preocupes. Ahora es cuando todo se vuelve a poner en marcha.

Besos