martes, 19 de mayo de 2009

Benedetti, más que palabras


He leído decenas, centenares de palabras tuyas. A veces servían para secar una tarde demasiada llena de lágrimas. Y darle, así, ese toque de alegría, que tu –también en exceso sensible- defendías. Otras noches era justo lo contrario, aquella dosis de magia que necesitamos que alumbre algunos atardeceres. Que nos susurre al oído justo antes de dormirnos que sí, hay esperanza.

Decenas, centenares de palabras. Escritas con la perfección que sólo el fluir de las sensaciones puede otorgar. Con esa validez tan universal que sólo los eruditos que buscan encontrarse en los pedestales han negado. Decenas de palabras. Hasta que un día encontré el revelador, ese poema que apareció gracias a un regalo y que se ha convertido un lema de vida.

“No te salves” son más que cuatro estrofas literales que me acompañan en la encrucijada por encaminar en el mismo raíl los sueños, la lucha y los ideales. Son el faro de una forma de vida, el camino hacia la búsqueda escrito por el mismo esbozo de tierra por el que pedaleamos. Pero sobre todo el mayor alegato a la esencia, ese espíritu rebelde que parece destinado a que lo capturen, pero que –persistente- a veces se hace indomable. Y sólo entonces, no nos salvamos. En medio el precio no importa.

Me llegó la noticia de tu muerte justo cuando regresaba del tren, camino a casa. Sonó tu nombre en la radio de un taxista que intentaba explicarme el descaro del Barça en un avión. Y de repente empezó a fluir en el fondo una biografía demasiado conocida. Y la claridad. Tu muerte. Y el primer mensaje, de esa compañera tuya de tierra que tantas veces me dice que soy una latina escondida en piel de europea. Y el reenvío de mensajes. Y la pena. La aceptación y la resignación de que, al menos, quedarán tus palabras.

Al llegar a casa tu foto era la primera imagen de un periódico digital. Escribía Juan Cruz. Una crónica que hablaba del compromiso, de esa tuya sensibilidad, de tus ciudades, de la defensa de la democracia que te llevó al exilio, de la dura muerte de tu esposa, y de encuentros con autores que te daban las gracias. Por escribir. Por ser como eras y seguirás siendo en las palabras inmortales que logran evitar la fugacidad de la que no escapan los cuerpos.

Hoy en un taller de radio con un corresponsal de años en México, una compañera uruguaya te dedicó su pieza. Empezó con un poema y terminó autorizándose a certificar tu grandeza. Dos días antes una compañera, esa venezolana que comparte pasión por tus versos, las palabras de Galeano y las frases de Saramago, me decía: ¿sabes qué me da profundamente miedo? Que llegue un momento que ya no quede nadie de toda esa generación de grandes escritores. Y no saber si llegará a haber jamás otra generación que les iguale.

Yo le dije que sí, que Latinoamérica es y será la tierra de la crónica. Y que hoy nacen y crecen algunos autores de gran talento. Pequeños rebeldes que prefieren la autenticidad a la marca. Que desisten de grandes sueldos en oficinas estáticas por amor a las palabras escritas con mayor libertad. Que buscan no salvarse en un mundo donde cada vez más personas buscan cobijo. Que huyen de la estabilidad por el reto. Ellos son la voz de tus poemas. El espejo en el que me miro.

Y tal vez, el recuerdo de que hoy, también yo, debo escapar antes de quedarme inmóvil, sin júbilo, con desgana, sin labios, sin sueño, sin sangre y sin tiempo. Inmóvil, al borde de ese camino donde no quiero quedarme contigo. No me salves...Ni hoy ni nunca

2 comentarios:

PALOMA dijo...

Somos muchos los que no queremos ser salvados =)

X dijo...

Lágrimas en mis ojos Angel of my heart! Me encantó!!!!!