Las 10.10h. Veinte minutos más tarde de lo previsto y aún así, muy pronto para tomar el segundo vuelo del día. El anterior, NY-Atlanta resultó tan sólo un mero tránsito, la confusión de un pasaje afrontado con mucho sueño y más cansancio. Pero ahora, aunque las horas no desvanecen el agotamiento, ahora todo tiene otro color.
Emerjo de la somnolencia que me llevó de Times Square al aeropuerto de Newark y de ahí a Atlanta en un vuelo no poco accidentado. Despierto de ese estado de resistencia al cansancio que te permite estar vivo sin sentirte con vida. Tal cual el piloto automático de ese avión en el que me siento rodeada por dos graciosas abuelas que se dedican a escribir impresiones en un bloque a rallas mientras abren la guía de Guatemala.
Quedan atrás los esfuerzos por arrastrar maletas, la vista de Manhattan en plena madrugada –tan épica, tan inacabable aunque se observara mil veces- la absurda pelea de un sobrepeso insignificante que me obligó a exhibir mis ropas ante otros viajeros, la despedida a la que empezamos a estar familiarizados –no porque sean menos dolorosas sino porque sabemos que cada vez que nos encontramos trazamos más vínculos comunes-, los controles policiales –más exhaustivos de lo habituales en ese país obsesionado por las fronteras-, el tren que tomé en una carrera por no perder el enlace con este último avión.
Todo queda atrás ahora. Todo lo angustiante. El deseo de aterrizar en esta nueva tierra se lo ha llevado todo por delante. Es el último trazo de un dibujo ideado a mediados de agosto. El último vuelo. Antes de resolver la incógnita sobre cómo será este nuevo destino. Guatemala. Llego ahí después de dos intensas semanas en otra tierra, Occidental como la mía pero sorprendente y alentadora. Regazo donde puede que esté escrito el jeroglífico de nuestro destino común. Y las puertas de una formación exclusiva. Los quizás. Los ansiados. Los mensajes que nos hacen caminar.
Nueva York nos recibió con un golpe de aire. Fueron días gélidos en los que la ciudad nos mostró el temprano rostro del frío que azota la City en invierno. Y aún así, ni el frío ni la lluvia, compañera de viaje durante la primera semana, nos impidieron caminar por algunos de los barrios más significativos de esa ciudad, eternamente inmortalizada a través de las pantallas.
Des de la céntrica Times Square hasta el financial district, pasando por Soho –cuna de las grandes firmas-, Chinatown –la ciudad donde uno puede olvidarse que está en NY-, Litlle Italy,… fueron decenas de horas las paseadas en calles siempre sorprendentes. Cruzamos el puente de Brooklyn, tan rememorado a través de las palabras. Caminamos galerías y galerías de museos: el inacabable Metropolitan y el saturado MOMA en una tarde de viernes.
Rozamos el Guggenheim tan sólo con la mirada exterior después de habernos deslumbrado ante la exquisita vista del NY escondido tras los parques del Central Park. Un must en la visita a la City. Un respiro entre tanto edificio desafiante, inalcanzable con la mirada. Techos, los que allí retan el visitante, que dibujan figuritas en lugar de personas. Vistas que proporcionan esa única escena que es Manhattan. Desde donde es posible, y sólo así, entender ese entramado de rascacielos que trazan el skyline de la ciudad. Imágenes que entendimos con el ascenso –mítico pero obligado- al simbólico Empire State.
Sólo desde ahí es posible entender que en esta ciudad todo mira hacia arriba. Más y más arriba. Y por eso, esta es la cuna de la música, del teatro, de la literatura….Del arte, en definitiva, aunque también de la multiculturalidad, donde una llamada puede ser atendida en más de 140 idiomas. Esta es la ciudad de todos aquellos que quieren abandonar el anonimato. La ciudad de los sueños. De las aspiraciones. Donde todo ocurre, lo bueno y lo malo, en cantidades australes.
Y así, paralelos a los sueños, corren ríos de deshechos en las calles, enjambres de personas recorren las venidas atados al vaso de café de una famosísima marca, corren las ratas en las infinitas bifurcaciones de un metro muchas veces confuso, demasiado antiguo, demasiado descuidado…
…Contradicciones…
…En una ciudad que recordaré por esa imagen de un skyline extrañamente familiar y a la vez tan desconocido, tan nuevo, tan explorable…aunque más que sus edificios será la música ahí escuchada la que decore el recuerdo de Nueva York. La sesión de jazz africano en un bar no tan perdido de Harlem y los ritmos, las voces, la emoción sentida escuchando Gospel entre tantos fanáticos entregados a la religión. Esa que sin compartir nos llevó a dejarnos arrastrar por los cantos, a formar parte –por unos minutos- de este entusiasmo compartido.
Despega el avión de Atlanta. Escucho el ruido de las ruedas replegarse. Se dibuja en las ventanas la imagen vertical de cuando el avión se dirige muy arriba, más allá de las nubes. Vuelvo a viajar sola. Aunque su recuerdo es tan fuerte que casi puedo hablarle. Está sentado en cada momento que vivo.
Debo dormir. Aprovechar la somnolencia generada por el vuelo para robarle espacio al cansancio. Y así vivir de veras la llegada. Cierro los ojos. Sé que cuando los abra se abrirá ante mí un nuevo mundo. Una nueva vida. Experiencias…
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4 comentarios:
La mejor de las suertes en esta nueva etapa.
Besos Angelate! :)
Fantàstica la descripció de NYC, és ben bé com la recordo jo.
A veure què ens expliques de Guatemala, aquest blog és com anar de viatge!
Petonets reina!
realment llegint-ho m'hi has fet tornar de vacances.... ho vaig trobar tal qual ho expliques..... Disfruta....
margaret
Rubiaaa!!! Em fas venir moltes ganes d'anar a NYC! I tampoc descarto una visita a Guatemala, eh! Espero que et vagi tot de conya en aquesta nova etapa, ja aniràs explicant-nos les vivències. Cuida't molt!
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