Opté por la serenidad. Por poner a prueba la calma que impera tras las decisiones tomadas con firmeza. Por irme sin cerrar ninguna puerta del todo. Por decir hasta pronto más que adiós. Sin dejar que asomaran las lágrimas. Sin sentir pena sino esperanza. Sin darles espacio a los ‘gorriones’ que magnifican los buenos momentos y tiñen de gris los últimos minutos de un tiempo indefinido. Que hoy en especial sé indefinido.
Ya no existen en mi mundo los antes y los después. Logré construir una línea continua en la que nunca se pierde porque incluso con los materiales de derribo se construye, me recuerda una buena amiga. En la que todo suma. Y precisamente porque el camino no hace más que seguir La Aurora dejó de ser un aeropuerto para constituirse en el próximo peldaño de un viaje con camino muy definido.
Vuelo a un destino tan conocido como es el hogar, ese espacio que no es espacio sino agujero en medio del tiempo. Lugar donde paramos a respirar aire, donde descansamos algunos nómadas a quienes un adorado cantautor llamaría ‘hijos del vaivén’. Espacio donde nos recargamos del amor incondicional de los más próximos.
Regreso con la serenidad por maleta. Consciente de que el escenario imaginado pierde intensidad a la llegada al tiempo que los recuerdos recobran fuerza. La jugada de siempre. Magnificar el pasado. Una jugarreta que hoy puedo manejar con la experiencia por aliada. Es su complicidad la que me permite guiñarle un ojo a la confusión y recordar, que esto, paraje ideal, responde al sueño imaginado.
Detrás queda un país de contrastes, la acumulación de experiencias, el regalo de tanta cercanía. La intensidad por bandera en días -esos últimos- en las que volvieron a escribirse solas las palabras. Y las noches regresaron asomadas a la poesía. Para decirme al oído que mi pasión son aquellos garabatos con los que reflejamos el mundo para convertir las historias en palabras. Réplicas de la realidad instaladas en el orden en que la prosa se teje con la poesía para ofrecerle a los oídos el dulce sonido de la crónica.
Escribo desde el rincón favorito de esta casa donde nací. Rodeada del silencio de la noche. Y del recuerdo reciente de un día –el tercero- en que disfruté de nuevo a mis sobrinos. La mejor dosis de energía. La noche ha resultado siempre mi mejor aliada a la hora de escribir. Desde su oscuridad me miro hoy en el espejo del futuro, consciente de que esta calma es solo el preludio de un nuevo empezar. Porque hoy sé que cada día que pasa se acerca más un nuevo partir. Porque desde el día que pisé esta tierra supe que pronto volvería a irme. Porque es esa pasión por lo ajeno la que engendra toda la fuerza para crear.
A tí, que me lees sin dejar huella
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1 comentario:
Els moments que descrius deixen gotes salades als meus ulls, per encendre el cel lliure d'un nou dia.
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