lunes, 8 de septiembre de 2008

A orillas de la Costa Brava se mecen los recuerdos


Te recuerdo sobretodo porque en tus mares se dibujó una historia de infidelidades de una de las más famosas parejas artísticas de nuestra tierra. La de un hombre con un bigote afilado que supo venderse en nombre de la locura y de una mujer que fue musa en la pintura y amante despiadada en la vida real. Que retó la noche tantas veces y se adentró en las aguas de Portlligat para besar los ojos de la tentación. Que quiso, un poco más lejos del mar un castillo donde hoy descansa para siempre.

Te recuerdo porque, además de ser la cuna de las creaciones de Dalí, me diste siempre una costa que rememorar en este nuestro país donde demasiadas arenas han cedido al turismo masivo. Porque en la mesa de uno de tus restaurantes que asoman al mar vi recibir, una vez, un anillo del color de las promesas. Porque me cediste Palamós para descubrir que ese niño ya no era tan niño y que bajo su sensibilidad se escondía carácter.

Te recuerdo porque dentro de esa casa de Calella de Palafrugell permanece uno de los últimos momentos que pasé con ese amigo que hoy he vuelto a ver, cuando ya no es Barcelona sino Boston su ciudad. Porque formaste parte de las rutas que nos impusimos tres amigas que firmamos el pacto del descubrir mientras huíamos de ese otro turismo, que se escribe en las libretas de las universidades. Y así, acogiste esas risas sin medida que conocieron las carreteras de l’Escala y los puertos de Sant Pere de Salvador y Cadaqués. Porque escuchaste, sin opinar, las reflexiones frente al mar d’Empuriabrava, esa ciudad hecha de tierra agujereada donde el primer impulso es al rechazo.

Aunque creo, ahora que he vuelto a ceder a tu armonía, que te recuerdo porque eres única entre las costas de Cataluña. Podrías ser ciudad de sirenas, y retener en tus arrecifes los tesoros de piratas que cayeron ante el canto demasiado tentador de tus atardeceres. Podrías usar toda la fuerza de los acantilados que perfilan tu rostro para dibujar historias de miedo. Batallar con la ferocidad de tus olas para que te borraran de las letras de tantas canciones y dejaras, así de ser esa Costa Brava especial que llevamos dentro todos los catalanes.

Y, sin embargo, pasan los años, y como el buen vino, sólo logras mejorar los paisajes que te rodean para hacer alarde de esa, tu magia. Te entregas a los viajantes que se atreven con tus sendas mientras escondes, en lo más oculto de tus arenas, aquellos secretos reservados a los que osan trepidar las rocas. Ahí das cobijo a las mejores calas, alas a los sueños y paz a los espíritus inquietos.

No lo leí en los cuentos. Lo experimenté antes y lo he vuelto a hacer ahora, cuando escuché los deseos de este buen amigo italiano que deseaba conocerte. Salimos sin planes. Ascendimos por la costa. El interior siempre estará ahí, dijimos. Para cuando apure el tiempo. Nos acompañaron los vallenatos y la salsa, el merengue y los romances. Y la gran necesidad de contarnos ese año y medio desde que nos vimos la última vez. Éramos los mismos, la complicidad lo advertía, y a la vez, éramos otros. Nuevos. Más maduros, menos anclados a la Europa que nos dio a conocer. Más latinos. Menos dueños de nosotros mismos y más del tiempo.

Hablamos de la edad, esa a la que aluden nuestros mundos para evaluar el éxito, la misma que dejamos que nos persiga para postergar o adelantar nuestros proyectos. Compartimos cervezas, cenas y almuerzos frente al mar. Debatimos sobre la patria, esa que no tiene que ver con las fronteras sino con los muros que encierran nuestros sueños. Nos cuestionamos donde nos haremos hombres y mujeres con responsabilidades ya inquebrantables. Nos contamos los secretos vividos en la Isla Margarita y en la tierra de Machu Picchu.

Invocamos los cuatro meses compartidos en ese Erasmus que nunca, nunca logra dejarte impasible. Nos reímos con el recuerdo de las noches que le pertenecieron al alcohol. Con la imagen de esa habitación convertida en restaurante italiano, los exámenes olvidados en nombre de la resaca, la fugaz visita a un Madrid en pleno invierno, la aparición de un famoso en Roma y las comidas en ese hostal que merecieron el nombre de Casa del Batterio. Y sí, admitimos que ese fue un tiempo que debería poderse recuperar. Con los mismos y en el mismo Krems austríaco que nos acogió hace seis años.

Puede que estemos creciendo, dejamos que se intuyera. Sabemos que necesitamos menos la noche para salir y más para escribir. Empezamos a escapar de las estridencias que antes eran necesidad y que hoy preferimos de fondo de una conversación. Optamos por la calma, la que nos transmitieron los mares de tus costas. Aunque sabemos que no por ello somos menos viajeros de la vida. Es sólo que las maletas son otras y los acompañantes diferentes.

Crecimos, sí, pero no abandonamos nuestros ideales. Es más, hoy los alejamos de los ruidos, les damos un espacio y los hacemos prioridad. Creemos que lo hacemos porque el futuro es el que otorga la razón pero en días así, nos damos cuenta que es el presente el único que tiene sentido. Es quien nos habla al oído de aquello que deseamos, del espacio que es más nuestro que nunca y de la necesidad de escucharlo. Y al hacerlo, el futuro simplemente se traza solo, sin angustias ni apuestas en nombre del éxito.

Miramos juntos, Alfredo, este fin de semana, todas las postales que la Costa Brava nos ofrecía. Compartimos la misma dirección de las miradas que se perdían en el infinito. Nos dimos de la mano de la suerte del ser comprendidos. Viajamos a través de las evocaciones de todos los países visitados y por visitar. Y todo, todo, por recordarnos, al final, que aunque conozcamos el mar del Caribe, el Mediterráneo siempre olerá a la tierra que nos vio nacer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mí me quedaba más cerca la Costa Dorada y, por eso, descubrí la Costa Brava ya mayorcita. Desde entonces estoy completamente enganchada y cada año tengo que ir para allá al menos una vez.

Un petó pubilla d'Ivars!!