miércoles, 7 de octubre de 2009
Refugio de paz
Tendría 16 años cuando cada mañana, al despertar, él prendía la radio, ponía play en el mismo CD, la misma canción y sonaba la misma frase: ‘Cumbia, cumbia…’. El ritmo conocido, repetitivo día tras día, hacía que mi hermana y yo nos miráramos y sonriéramos. Era la tortura musical de cada día, la canción con la que nos despertábamos a propósito de otro. Un episodio que hoy recordamos cuando reivindicamos aquella época en que los tres vivíamos todavía en casa
Hoy, cuando la vida nos ha llevado algunos a volar muy lejos de vez en cuando y a otros, a privilegiar lo cotidiano, cercano y familiar, rescato a menudo ese momento, al empezar el día, para brindar un alegato no a favor de esos tiempos pero sí de ese espacio que me vio nacer. Porque, a diferencia del pasado, que nunca regresa, algunos lugares permanecen a pesar de los días, convirtiéndose así en el mejor refugio de paz.
En ese baúl, donde no se esconden tesoros pero sí piedras preciosas de una infancia y una juventud, analizo las pasiones, apaciguo la nostalgia y aliento el camino del porvenir, redibujando hoy puentes de madera que un día construí con aire de las nubes. Camino sin más mirada observadora que la que está endeudada conmigo misma. Y duermo, en semanas como ésta, con la luz de la luna mucho más cerca que donde los rascacielos recortan pedazos de su imagen.
Aquí descanso, cuando me lo permite la obsesión por conocer. Y respiro, un aire mucho más puro que el que enturbia las calles de las ciudades. Tomo el fresco, como lo suelen decir en esos rincones de comarca, cada verano cuando el sol castiga demasiado de día. Y pongo a prueba la paciencia mientras otros dan rienda suelta a la curiosidad. ¿Esa es Slegna? ¿La hija de tal y cual? ¿La de can…? ¿Y a qué se dedica ahora? ¿Donde vive?
Esa soy yo, señores vecinos de mi pueblo. Apasionada por lo diferente, por eso que algunos han venido a denominar la alteridad. El ingrediente intrínseco de algunos que, con los años, vimos disminuir el sentido de nacionalidad porque, como bien me recordaran hace poco, un día nos dimos cuenta que ciudadanos ciudadanos sólo lo somos del mundo. Aunque suene a tópico.
Más tópico resulta hacernos creer que pertenecemos a un espacio delimitado por algo físico llamado fronteras, cambiante con los años y donde pueden salir cuantos quieran pero entran a cuenta gotas los otros, demasiado pobres, demasiado distintos. O pretender hacernos sentir iguales a los miembros de una unión política que en nada se conocen porque comparten poco más que intereses comerciales.
Sucede, creo, que el sentido de pertenencia, la patria, el amor por lo propio, no se compran con discursos políticos. Se sienten y se viven desde la bandera de la libertad. Y tampoco de la libertad que nos venden sino de esa que escogemos cada uno. La que nos permite elegir, a cada uno, de donde somos, cual es nuestra tierra y, sobre todo, donde nos sentimos en casa.
Y eso sí, no presenta duda alguna. Nos lo susurran los recuerdos, una calidez inexplicable, la necesidad de regresar –aunque partamos mil veces-, la naturalidad del vivir. Ésta, la casa que es hogar, es la verdadera patria. Ése, el pueblo que nos vio nacer, aún cuando rechacemos ser parte de él, es el verdadero refugio.
Allí están los nuestros: conocidos y familiares pero sobre todo recuerdos. Y las imágenes, que tan pronto se grabaron en nuestro inconsciente, haciéndonos quienes somos por haber jugado al aire libre y haber surcado con motos los caminos sin asfaltar. Y haber nacido cerca de animales, entre árboles y descampados, en medio de una libertad que tal vez, muy paradójicamente, nos diera las alas para abandonar esta tierra e irnos lejos, muy lejos de aquí. Donde siempre regresamos…
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2 comentarios:
Roda el món i torna al Born, no? Encara hauran de passar anys, em sembla, perquè tornis al Born...Per cert, quina cançó és "Cumbia, cumbia"? M'has deixat intrigada...
ei molt bo el cumbia cumbia, segur que el Bep no ho ha vist, jajaja, el finde li dic que ho llegeixi.
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