Querido espacio,
Te escribo desde ese sofá y a esa hora con los que he establecido una mágica complicidad a raíz de pasar horas y horas dedicado a ti. Algunos creen que demasiadas, que me absorbe vida y que no debe ser una obligación. Debe y no debe, les respondo. Porque toda pasión que quiera convertirse, además, en oficio, debe y merece el respeto y la dedicación del tiempo y del espacio.
Así pues, hoy, como muchas noches otras noches, te entrego una parte de mí. En horas intempestivas. Con la luna trepando entre castillos de nubes y el aire de finales de verano asomando para ver qué escribo. Hoy al menos curiosea. Otras noches me abandona y entonces debo lidiar con el calor de una Barcelona que me enfrenta, en estos días, al reto de vivir un nuevo futuro sin plagiar el pasado. No es tarea fácil. Nunca lo fueron las épocas-puente. Pero hoy, al menos, estás tú para ayudarme.
Eres el más fiel de los amigos. No te lamentas. No me exiges. No me obligas a nada. No esperas. No me llevas de la mano de las normas de ninguna sociedad. Sólo me ofreces tu espalda, hecha de tinta y de oídos, para que vuelque mis sueños. Mi rebeldía. Mis sensaciones. Y mis contradicciones. Eres el altavoz de mis pensamientos. Un libro que compartimos los miembros de la cofradía de la escritura. Una página siempre abierta para que no me duerma sin nada en la mente que podría haberte contado. Mi creación. Mi compañero.
Te creé, sin darme cuenta, un mes después de llegar de Perú. Y aunque en ese momento no fuera consciente, hoy sé que, con ello, ese día honraba el re-descubrir de la literatura que allí viví. Quisieron mis manos no olvidar todas las grandes discusiones sobre textos vividas en la ciudad virreinal, todas las amistades trazadas con la excusa y la razón de las palabras, el renacer de las caricias entregadas a las hojas en blanco y el atrapar al vuelo la revelación que esa, mi América Latina, es y será la tierra de la crónica.
Te debo mucho a ti, Perú. Por esa experiencia interna y por la externa que todavía salpica mi estabilidad. Por grabar en linotipias de acero mi vocación eterna. Le debo a tu tierra y a las personas que fueron maestros en el periodismo y amigos en los bares, a veces amantes en las noches. Pero le debo también a todos los que me alentaron siempre, dentro y fuera de Perú, a no ignorar mi complicidad con la tinta.
A Rosario, amiga y escritora, por vislumbrar tan pronto, aquello que yo todavía ignoraba. A las brujas de la noche y de la mañana, que saben mejor que nadie leer en nuestros ojos. A mi familia impecable, que no podría aunque lo intentara, no apoyarme siempre. A las amigas, y no las migas de la vida, que me leen en este humilde espacio, me quieren y me comparten con las tierras lejanas, osadías y rebeldías. A los escritores que voy descubriendo en el camino del vivir y que acompañan almuerzos, viajes en trenes, lecciones y metáforas. Al insomnio, por darme las energías para deslizar palabras. Y a la constancia, que es la única compañera del éxito.
Querido espacio. Fuiste una vez una idea y hoy eres realidad. No tienes más importancia que la que yo te otorgo. Que podría ser minúscula, pero es enorme. No porque contigo me sienta más fuerte, más capaz o menos anónima. Sino porque hoy sé que soy un poco más leal a mis inquietudes, mis sueños y mi pasión por construir frases. Porque, aunque contigo renuncie, a menudo, a los otros, me dedico más a ti, Y con ello, me consagro más a mí.
Eres una pasión y una adicción. Una pantalla al mundo y una ventana a mi misma. La primera piedra del castillo de las acciones que sirven para derrotar a las utopías. Un muro que une otros afectados de la misma enfermedad feliz. Que alimenta sinergias dentro y fuera de esta red. Que entabla conexiones sin límite de caducidad y de edad. Sin fronteras.
Te creé, sin darme cuenta, un mes después de llegar de Perú. Y hoy cumples un mes. Porque eres motivo de alegría, te dedico y te doy gracias, por esa felicidad. Y te digo también, a ti, ¡felicidades!
Te escribo desde ese sofá y a esa hora con los que he establecido una mágica complicidad a raíz de pasar horas y horas dedicado a ti. Algunos creen que demasiadas, que me absorbe vida y que no debe ser una obligación. Debe y no debe, les respondo. Porque toda pasión que quiera convertirse, además, en oficio, debe y merece el respeto y la dedicación del tiempo y del espacio.
Así pues, hoy, como muchas noches otras noches, te entrego una parte de mí. En horas intempestivas. Con la luna trepando entre castillos de nubes y el aire de finales de verano asomando para ver qué escribo. Hoy al menos curiosea. Otras noches me abandona y entonces debo lidiar con el calor de una Barcelona que me enfrenta, en estos días, al reto de vivir un nuevo futuro sin plagiar el pasado. No es tarea fácil. Nunca lo fueron las épocas-puente. Pero hoy, al menos, estás tú para ayudarme.
Eres el más fiel de los amigos. No te lamentas. No me exiges. No me obligas a nada. No esperas. No me llevas de la mano de las normas de ninguna sociedad. Sólo me ofreces tu espalda, hecha de tinta y de oídos, para que vuelque mis sueños. Mi rebeldía. Mis sensaciones. Y mis contradicciones. Eres el altavoz de mis pensamientos. Un libro que compartimos los miembros de la cofradía de la escritura. Una página siempre abierta para que no me duerma sin nada en la mente que podría haberte contado. Mi creación. Mi compañero.
Te creé, sin darme cuenta, un mes después de llegar de Perú. Y aunque en ese momento no fuera consciente, hoy sé que, con ello, ese día honraba el re-descubrir de la literatura que allí viví. Quisieron mis manos no olvidar todas las grandes discusiones sobre textos vividas en la ciudad virreinal, todas las amistades trazadas con la excusa y la razón de las palabras, el renacer de las caricias entregadas a las hojas en blanco y el atrapar al vuelo la revelación que esa, mi América Latina, es y será la tierra de la crónica.
Te debo mucho a ti, Perú. Por esa experiencia interna y por la externa que todavía salpica mi estabilidad. Por grabar en linotipias de acero mi vocación eterna. Le debo a tu tierra y a las personas que fueron maestros en el periodismo y amigos en los bares, a veces amantes en las noches. Pero le debo también a todos los que me alentaron siempre, dentro y fuera de Perú, a no ignorar mi complicidad con la tinta.
A Rosario, amiga y escritora, por vislumbrar tan pronto, aquello que yo todavía ignoraba. A las brujas de la noche y de la mañana, que saben mejor que nadie leer en nuestros ojos. A mi familia impecable, que no podría aunque lo intentara, no apoyarme siempre. A las amigas, y no las migas de la vida, que me leen en este humilde espacio, me quieren y me comparten con las tierras lejanas, osadías y rebeldías. A los escritores que voy descubriendo en el camino del vivir y que acompañan almuerzos, viajes en trenes, lecciones y metáforas. Al insomnio, por darme las energías para deslizar palabras. Y a la constancia, que es la única compañera del éxito.
Querido espacio. Fuiste una vez una idea y hoy eres realidad. No tienes más importancia que la que yo te otorgo. Que podría ser minúscula, pero es enorme. No porque contigo me sienta más fuerte, más capaz o menos anónima. Sino porque hoy sé que soy un poco más leal a mis inquietudes, mis sueños y mi pasión por construir frases. Porque, aunque contigo renuncie, a menudo, a los otros, me dedico más a ti, Y con ello, me consagro más a mí.
Eres una pasión y una adicción. Una pantalla al mundo y una ventana a mi misma. La primera piedra del castillo de las acciones que sirven para derrotar a las utopías. Un muro que une otros afectados de la misma enfermedad feliz. Que alimenta sinergias dentro y fuera de esta red. Que entabla conexiones sin límite de caducidad y de edad. Sin fronteras.
Te creé, sin darme cuenta, un mes después de llegar de Perú. Y hoy cumples un mes. Porque eres motivo de alegría, te dedico y te doy gracias, por esa felicidad. Y te digo también, a ti, ¡felicidades!
2 comentarios:
¡Felicidades Viaje a Kalima! Y por que cumplas muchos meses (y años) más...
Felicitacion.es!, esta mostro tu blog, grapcias a el te extraño menos,
petons desde Peru
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