Anselmo no llegó a la universidad. Cursó hasta sexto de primaria. De esa que llamamos la educación formal. De la otra, la informal, la que se adquiere en los peldaños de la vida, es un maestro.
Me recibe con una sonrisa y esa calidez tan típica de quienes crecen entre calles empedradas, lejos del humo y el estrés de las capitales, ciudades enfermizas de la civilización. De piel oscura y una amabilidad nada asfixiante, me invita a entrar en las instalaciones de Radio Ixchel.
Modesta, más pequeña de lo que la memoria nos tiene preparada, las instalaciones de esa radio representan la cara más firme del valor. Recursos limitados, voces voluntarias y algún que otro allanamiento por parte del Ministerio Público de Guatemala con la acusación de robarse frecuencias legales resumen parte de la historia de los 7 años de existencia de esta radio.
Sostenida por las donaciones de los pobladores de Sumpango -localidad situada a poco menos de una hora de la capital guatemalteca- Radio Ixchel es un espacio abierto a todo aquel que quiera participar del juego de las ondas. La verdadera democratización de la palabra.
“Muchos de los locutores son jóvenes”, me cuenta Anselmo, director de la radio. “Hablan de temas relacionados con la salud, de prevención del Sida, de lo que les preocupa a ellos”, continúa. Al igual que él, pocos de los chicos pueden llegar a la universidad. Y como él, pocos necesitan de las aulas para aprender aquello que la calle les regala. Son hijos de un país crudo, del azote de la violencia, a veces de entornos pobres.
Descendientes de un continente que genera líderes sociales capaces de abanderar las mayores luchas. Hombres y mujeres anónimos, jóvenes con la más apremiante de las necesidades: expresarse. Y con el privilegio hecho realidad de tener quienes les escuchen.
El panorama de las radios comunitarias no es sencillo en Guatemala. Sin una ley que regule su existencia, a diferencia de otros países como Colombia, viven en la alegalidad. Confundidos muchas veces con las radios piratas -aquellas que usan frecuencias adjudicadas- tienen que lidiar además con los allanamientos que a menudo ordena la fiscalía bajo el delito de ‘robo de flujos’.
Irónico de por sí, el acto –que sirve para requisar todos los materiales- supone la instalación de un silencio sepulcral. La prohibición de emitir hasta lograr conseguir nuevos instrumentos con donaciones de los pobladores.
"¿Una situación complicada?" Le pregunto a Mark, el representante de la organización Cultural Survival que se encuentra en el país desde hace 10 meses para impulsar una ley que ordene el sector. "Complicado", me responde. Especialmente porque en el momento de buscar una regulación hay que ordenar un panorama en el que la religión tiene mucho peso al ser propietaria de muchas radios o tener un fuerte protagonismo en los programas.
"Complicadísimo, entonces", le reitero. "Complicadísimo", me responde. La suya es, sin embargo, una réplica optimista, como lo desvela la risa que se le escapa al explicarme la situación. Comprometido con los pueblos indígenas desde hace años y testigo del proceso que llevó a la Declaración Universal sobre los derechos de estas comunidades, ha aprendido que desesperarse no lleva a nada.
“Hay que ser paciente, muy paciente”, me cuenta en el viaje de regreso a la capital. “Y olfatear bien los momentos para saber cuando se aceleran los procesos”, agrega. "¿Mark, nunca pierdes la fe?", insisto. “Mmm…no, soy muy paciente”.
Y entonces recuerdo las palabras de alguien muy cercano y su firmeza al decirme: ”Lograrlo no puede ser fácil”
Cuando la política, la justicia, la religión y los sistemas económicos caen en el pozo de la decepción, ellos, líderes anónimos encarnan la esperanza. Mi esperanza.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Wow que lindo me encanto tu publicacion FELICIDADES TURISTA DEL MUNDO!!!
Muchas Gracias!
Y...¿Con quien tengo el gusto?
Publicar un comentario