lunes, 24 de noviembre de 2008

Vértigos


Decía Milan Kundera en "La Insoportable Levedad del Ser" que el vértigo significa que “la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados”. Sentimos a la vez un deseo imperante y un rechazo absoluto. Se mezclan lo ansiado y lo temido. Y tal vez por eso, resulta el vértigo tan difícil de eliminar.

Cuando tenía poco menos de 10 años subí a la Torre Eiffel con mi familia por primera vez. Habíamos viajado a la ciudad de la luz para sumergirnos en el mundo de fantasía que es Disneyland. Y aunque las fotos me recuerdan sobre todo las risas vividas en aquel parque temático, en mi mente sobrevivió una imagen que nunca me ha abandonado: la cara de pánico de mi hermana al haberla asustado cuando se acercaba al borde de aquella estructura metálica. Sus ojos me miraron con cara de terror. Y alguien atrás le dio nombre a esa sensación de miedo al vacío. Era la primera vez que escuchaba la palabra vértigo.

Años más tarde, volví a rozarme con las tentaciones de la gravedad, aunque esta vez el destino fue más cruel. Menos de lo que podía haberlo sido. Pero más que nunca antes. Se llevó a alguien de muy arriba, lo azotó al suelo y me lo plantó delante, para que en medio de un charco de sangre, reaccionara. Lo hice entonces pero nunca me acordé de todos los detalles de cómo había sucedido todo. Dicen que la mente humana es lo suficientemente inteligente como para borrar los entresijos del dolor.

Días más tarde, cuando ese amigo se estaba recuperando y se había esfumado toda posibilidad de un mal irreversible, seguía obsesionada en una imagen. La caída al vacío. La consciencia de surcar el nada hasta tocar suelo. Cerraba los ojos y lo veía de la mano de saber que serían segundos, pero después… todo acabaría. Y aunque él se riera ya de lo acontecido, tratando con el gesto de olvidar que hubo un día en que la vida le regaló una segunda oportunidad, yo seguía visionando el terror de la consciencia. El vértigo de la inmediatez que llevaba la máscara de la muerte.

Otras veces, a lo largo de mi vida, asocié esa palabra a contextos menos fúnebres. Más bien al contrario, a situaciones de gran aceleramiento. Al entusiasmo por un viaje esperado. A la cercanía de esa persona capaz de alterar las sensaciones habituales. Al nerviosismo por ese examen que pudiera cambiar mi futuro. El vértigo eran, entonces, ansias. Y como señalaba Kundera, mezclaban dos caras de una misma realidad: las ganas por convertirse en presente y el terror a la fugacidad inmediata.

Hace pocos días, leí en un blog la idea de alguien que asociaba el riesgo con el universo de oportunidades que nos ofrece nuestro mundo. Y me di cuenta que ése es el verdadero sentido del vértigo: el de dilapidar nuestros sueños en un mundo de posibilidades donde queremos trepar siempre hacia el más allá. Más vida, más riqueza, más espacio, más estatus, más amigos, más éxito…

Por eso, los verdaderos momentos de miedo no los vivimos a orillas de ninguna escalera, jugando con el espacio. Sino con el tiempo. Con el terror a la muerte, al fracaso, a la soledad, al declive, a la pobreza… en esos instantes en que, como el protagonista de Paul Auster, nos sentimos vulnerables. Verdaderos Mr. Vértigos.

1 comentario:

Lidia dijo...

Vértigo... en alguna ocasión he sentido ese vértigo que me ha provocado decir "que el mundo pare, yo me bajo en la próxima". Pero la mayoría de ocasiones siento esas hormiguillas en el estómago de emoción, de ilusión por lo que va a venir. Las mismas hormigas que cuando estás en una montaña rusa. La intensidad dependerá de la altura de las carrivueltas de la montaña, o de la vida.
Lo explicas muy bien.
Aunque no sé si mi visión del riesgo y las oportunidades es exactamente igual a como lo interpretas.
Seguimos conversando...