Aunque creo que su mayor pasión es abrazar. Abraza cuando se despierta, cuando lo llevas de la mano a ver el humo que sale de su chimenea favorita, cuando lo acompañas a observar como el viento mueve las astas de unos molinos multicolores. Abraza cuando te sumerges entre sus caprichos mar adentro, cuando le dedicas la más pícara de las sonrisas, cuando le das el último beso de la noche, el que da paso a los sueños. Cuando te tumbas con él a saborear la importancia de jugar en el césped de casa.
Te vi por primera vez cuando apenas tenía unas horas. Eras el primero que llegaba al mundo. Y yo la primera en cruzar esas puertas del hospital para conocerte. Resultaste tan real entre la irrealidad donde te escondiste durante el embarazo que sólo pude emocionarme. Pasó en medio de paredes que olían a cansancio y alegría. Entre risas de quienes presenciaron la ilusión que vivían mis sentidos. Y entre mi propio asombro. Y es que, aunque hoy nos burlemos de aquel rostro apenas situado en este mundo, en ese entonces eras cuerpo envuelto en poesía.
Nos tuvimos que separar pronto por el anhelo del descubrir que invade algunas sangres y no nos deja vivir nunca en paz. Nos persigue cuando se ha instalado la calma y nos cuestiona, luego, el vivir en frenesí. Aunque su peor cara es que nos obliga a escoger. Entre la calidez de casa y la fascinación por tierras lejanas. Y aunque siempre fue duro partir, desde que tú llegaste lo ha sido más. Lo fue entonces, ese mes de enero de 2007 y lo fue un año más tarde, cuando regresé, como dice el tópico, a casa por Navidad.
Aunque, tu sabes, mejor que yo, que siempre estuvimos unidos. Eres de los que han nacido con Internet integrado en sus vidas. A través del skype nos pudimos ver cuando solicitabas una tía que vivía al otro lado del Atlántico. Pudimos no echarnos de menos demasiado, aunque no siempre que me llamaras estuviera frente al ordenador. Y yo pude escucharte decir las primeras palabras. Seguí gozando de tu risa sincera y observé tus primeros pasos. No, no nos perdimos tanto como hubiéramos lamentado sin esa pantalla. Aunque claro está, la tecnología no sustituye el contacto.
Y por eso, siempre que nos hemos vuelto encontrar, tras meses de distancia, ambos lo hemos disfrutado sin medida. Lo saben los que nos rodean. De nuestras travesuras conjuntas. De esa complicidad que no se construye sino que viene en las células compartidas. Esas paredes que no deberían haberse pintado, esas gotas que cayeron más allá de lo permitido, ese dulce que otros no hubieran autorizado. Dicen que seré incapaz de educar a un hijo mostrando tanta debilidad. ¿¿Pero como puedo no mimarte?? Si tus ojos reflejan, como ventanas, una ternura que cautiva al más exigente de los padres.
Eres energía y calidez. Y cada vez más, carácter. No podía ser de otra forma viniendo de ese cauce de caracteres. Ya no dejas que te embauquen con la sabiduría de la experiencia. Has aprendido a decir “ven” y ahora eres tú que nos ordenas. Aunque afortunadamente, algunos son menos débiles que yo y conocen la negación. Esa que es tan necesaria para que aprendas que, entre las mil cosas que lograrás, habrá algunas que no podrás obtener. Lo meditas a menudo. O eso imagino, cuando te veo mirar al infinito. Pareces no estar pero siempre escuchas. Aprendes a ritmo de marea y ya tus dedos empiezan a moverse para figurar números. Tres semanas bastan para ver como galopa tu vocabulario.
Aunque lo mejor de observarte es ver que sigues siendo aquel hombrecito alegre que conocimos un 30 de octubre. Una buena amiga y psicóloga nos dijo una vez que eras un niño muy feliz. ¿Cómo puedes no serlo, con tanto amor que hay a tu alrededor? Eres una suerte y una realidad. Y nos haces con tu presencia inmensamente feliz a todos los que te gozamos. Llevas por nombre el apellido de un revolucionario cubano. También periodista, filósofo y poeta. Me encantaría que compartieras con él la pasión por las palabras. Esa de la que soy víctima yo también. Aunque sólo con que vivas tal y como sueñas, me daré por complacida.
Hoy dejaste esparcir el contagio de tu risa entre todos los que te escuchaban en la piscina. Dejaste que te miraran y te mimaran. Y ahora, en un ratito, serás el protagonista central de una cena de amigos. Nos reiremos contigo. Te brindaremos las mejores caricias y los gestos más efusivos de cariño. Y tú nos regalarás esa sonrisa cómplice, tus gestos graciosos y muchos, muchos gritos de alegría. Y así, Martí, harás que esos que hoy se encuentran alrededor de una mesa sean, por unas horas, un poco menos adultos y un poco más niños.