domingo, 24 de agosto de 2008

De profesión, Naïf

El pasado miércoles me fui al cine con un buen amigo. Nos tomamos unas cervezas antes, discutimos un rato sobre quien escogía la película y, finalmente terminamos viendo “Trabajo ocasional de una esclava”, del alemán Alexander Kluge (1973). Había sido mi elección. Una elección tomada impetuosamente tras leer la sinopsis. Debo admitir que me seducen los conceptos de lucha social y derechos humanos, aunque parezcan carecer de sentido de tanto que se repiten.

“Reflejo de una época convulsa, esta polémica película es la mejor muestra del cine social más combativo. Una película impensable, por su valentía y realismo, de filmarse hoy en día”, señalaba el tríptico. Bueno, la verdad es que no creo que sea para tanto. De hecho, la producción y el guión no son de los mejor que he visto en esta vida. Según mi amigo, bastante pésimos. Y sin embargo, la ocasión sirvió para enzarzarnos en un profundo debate sobre los principios, la lucha y la ingenuidad.

Kluge, a quien se ha considerado el padre del Nuevo Cine Alemán, narra en la cinta la historia de Roswitha, una mujer que sustenta a su familia con el dinero que obtiene de practicar abortos mientras su marido todavía estudia. Descubierta por la policía, decide desistir de ello y se involucra luego en el mundo de la política. Intenta convencer a directores de periódicos para poner en portada noticias que considera afectan a su país, viaja en coche sola hasta Portugal para demostrar el cierre de una fábrica, burla las medidas de seguridad para informar a los trabajadores de ello,…

Mientras ello ocurría, K. me decía al oído algo parecido a “Qué ingenuidad!!”. Le miré fijamente, creyendo recordar que él es uno de mis amigos que más defiende la persecución de los principios, y le dije: “Luego hablamos de eso”. Ya fuera del cine, todavía incrédulos con el súbito final de la cinta, y entre risas por la mejorable producción, descubrí la causa de esa frase. Tenía que ver con una situación familiar que atraviesa. Justo y precisamente por problemas legales asociados con defender las ideas propias.

“A veces no puedes hacer todo aquello con lo que crees porque ello puede repercutir en la gente que tienes alrededor”. Le dije que lo entendía, pero que pensar así no dejaba de sonarme a absoluto egoísmo. “Le pides a alguien que no siga sus principios porque otros pueden salir perjudicados, y sin embargo, con ello te olvidas de lo que para él es importante”. Me sonaba a sumisión por miedo. A conformismo por temor a defraudar a quienes no piensan igual. A negación, a abandono de las ideas, que creo es lo único que nos pertenece. Y no siempre.

Tras ponerle nombre y causa al debate, entendí el por qué de ese argumento en él, que tan crítico ha sido con el funcionamiento de algunas de nuestras instituciones. Y que tanto ha compartido conmigo el derecho a la ingenuidad. Las generalizaciones son la peor aproximación. Y una vez concretado el caso, entendía a lo que se refería. Y sin embargo, seguí protegiendo mi argumento. Sólo que con un añadido: la necesidad de ser consecuentes, que en la práctica pasa por llevar a cabo acciones.

“Pero Angels, no podemos cambiar el mundo”. No, no podemos cambiarlo porque no tenemos esa responsabilidad. Ni las herramientas. Ni el derecho a modificar la vida de miles de personas que están encantados con esa forma de vida, de la que nosotros también formamos parte. Sólo podemos lanzar al aire pequeños gritos de alerta sobre lo que pasa en algunos sitios. Proporcionar ínfimas dosis de aliento a quienes lo piden. Llamar a las agresiones por su nombre, a los agresores a sus destinos y alentar a quienes deben hacer cumplir las normas a que así lo hagan.

Para algunos, eso se llama intervención. Y es verdad que actuar, sobre todo cuando se realiza en nombre de gobiernos, puede ser sinónimo de otras vulneraciones de los derechos humanos. Puede legitimar, como lo ha demostrado la historia reciente, la invasión de países y la perseverancia de otro tipo de colonialismo. Sí, Enrique, puede imponer la idea que Occidente tiene de libertad y de respeto. Y permitir que, con ella, se derrumben dictaduras y se instauren nuevos tipos de protectorados.

Y sin embargo, sigo creyendo que algunas situaciones merecen ser denunciadas. Puestas en escena. Visualizadas. Con este fin y para ello entiendo el periodismo. Por su influencia en nuestras sociedades. Como pantallas. Como altavoces. Que a veces difunden el mensaje más banal de los políticos más necios. Que a menudo sirven para fomentar la batalla política. Que casi siempre persiguen el lado más superficial y sensacionalista.

Que habitualmente no cuentan toda la verdad y tienen claras influencias políticas.

Pero que, a veces, sirven para que sepamos como viven los presos en Guantánamo, cómo se censura la oposición en China, qué pasó en Vietnam, por qué se sigue permitiendo la pena de muerte, qué hay detrás de los vínculos entre políticos y narcotraficantes, como han ascendido al poder determinados políticos, qué acusaciones de corrupción son reales y cuales interesadas.

Al contárselo, K. sonrío. Me abrazó y me dijo algo parecido a “Viva la ingenuidad”. Le correspondí a la sonrisa y al abrazo, y le dije que eso merecía un post. “Naïf. De profesión Naif”, me dijo. “Suena bien, no?? Genial”. Ese es el post que te prometí. Por compartir algunas causas, aunque quieras hacerme creer que las superaste. Por formar parte del club de los que quieren desafiar lo establecido.

Mientras pensaba en como estructurar este texto, me venían a la cabeza personajes que contribuyeron con la causa de la ingenuidad. Y pensé en una mujer que llevó, con 22 años, los derechos de los afroperuanos a una convención internacional. En una somalí (de la que ya os he hablado) que lleva escolta por anteponer a su vida la libertad de muchas mujeres. En una periodista rusa que murió por defender al pueblo checheno y atacar a los rusos. Y en otro periodista, esta vez polaco, que arriesgó decenas de veces su vida por contarnos al detalle los entresijos de la sociedad africana.

Y en Benedetti, que inmortalizó para siempre el derecho a la ingenuidad con su poema “No te salves”. Gracias por ese regalo. Al autor y al amigo que me lo obsequió.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Si sigues tus principios otros pueden salir perjudicados..."
Esa es una idea muy sugerente con la que suelo trabajar. Plantea un bonito dilema. Sin respuesta. De eso trata la vida. Causa y efecto.
Y si, es cierto, las ideas no siempre nos pertenecen. Pero quisiera añadir, pequeña amiga, que los secretos siempre nos pertenecen. Nos pertenecen y nos hacen libres. La libertad son los secretos, porque no estan sujetos a juicios de valores. Luego las pequeñas revoluciones cotidianas, íntimas y anónimas, son verdaderamente liberadoras. Sin altavoz, ni sonrisa ni llanto.
Ah, "no podemos cambiar el mundo porque no tenemos esa responsabilidad..." Preciosa la sentencia. Un dia de estos te la pediré prestada para algún diálogo virtual.
Sastipen!

Anónimo dijo...

No tenemos la responsabilidad de cambiar el mundo, pero sí que tenemos la responsabilidad de que nuestros seres queridos no carguen con la responsabilidad de tus intentos de cambiarlo.