Las lecturas del domingo tienen un plus de satisfacción que no tienen las que realizamos entre semana. Son más pausadas, más profundas (los dominicales abruman por sus reportajes) y permiten regocijarse en aquellas breves columnas que, de ser lunes, raramente leeríamos. Fue así como el pasado domingo me di con un texto de Vicente Molina Foix a la eternamente recordada Susan Sontag. El recorte, que no se presenta como un homenaje, termina siéndolo. Aunque la noticia, detrás de ello, no es sobre su vida, sino sobre su muerte en diciembre de 2004. En concreto, sobre su lucha contra la muerte narrada por una de las personas más cercanas a esta escritora y ensayista: su hijo David Rieff.
Supe de Sontag cuando ya había fallecido. Ella murió cuando yo empezaba la carrera de Periodismo, con lo cual me perdí la oportunidad de escucharla en vivo. De percibir esa energía suya que ha quedado para la posteridad como tantos ensayos y artículos en los que la norteamericana nunca fue condescendiente con lo que creía. Afortunadamente, las palabras son menos efímeras que los cuerpos y hoy podemos encontrar sus obras en cualquier librería.
En estos días, tras leer el artículo de Molina Foix, he pensado en Sontag. No a raíz de su carácter enérgico, sino por el profundo análisis que hace del uso de la fotografía en su ensayo “Ante el dolor de los demás” (Alfaguara, 2003), que leí en Lima el año pasado. La referencia ha aparecido ahora por la publicación, en casi todos los periódicos del mundo, de crueles imágenes de la guerra de Georgia. Pero en realidad, podía haberse hecho presente en cualquier momento. Y es que, desgraciadamente, los conflictos no escasean, las muertes son el alimento de muchos gobiernos y con ello, las fotografías macabras se han convertido en habituales de nuestros medios. Escritos y televisivos.
Y así, muchos desayunos se combinan con sangrientos cuerpos y otras tantas comidas van acompañadas de imágenes de cadáveres mutilados y familias destrozadas. ¿El objetivo? Aparentemente despertar la conciencia del lector o espectador. En realidad? En realidad nadie lo sabe. El debate sobre si nos sacuden o nos narcotizan con su carácter diario no se ha resuelto ni creo que se resuelva en los próximos años. Se trata de un hecho demasiado subjetivo para encontrar parámetros de medición fiables. Para Sontag el poder que ejercen esos píxeles sobre nuestras mentes son innegables.
Las fotografías de lo atroz ilustran y también corroboran. Sorteando las disputas sobre el número preciso de muertos (a menudo la cantidad se exagera al principio), la fotografía ofrece la muestra indeleble. La función ilustrativa de las fotografías deja intactas las opiniones, los prejuicios, las fantasías y la desinformación”.
Con esa afirmación, la escritora parece validar la creencia de que “Una imagen vale más que mil palabras”. Y sin embargo, hoy tengo dudas de que así sea. Es más, recuerdo el momento, en primero de carrera, en que un profesor de diseño periodístico nos negó tajantemente la validez de esta frase poniéndonos como ejemplo una foto tomada en una clase. “Según desde qué ángulo se tome la imagen puede mostrar una aula vacía o repleta de gente”, señaló. Entonces… la perspectiva otorga. O dicho de otra forma, el pulso del fotógrafo, decide.
En consecuencia, parece arriesgado establecer que las fotos validan, que su legitimidad es absoluta y que no puede existir manipulación de la realidad alguna. De hecho, hoy sabemos que la tecnología puede hacer maravillas. Aumentar los senos de una conocida actriz británica. Rejuvenecer al flamante primer ministro de un país no tan lejano. O eliminar los puntos negros de cualquier rostro.
No. La vara de la verdad no la ostentan las imágenes. Entonces, ¿tiene sentido publicar determinadas fotos? ¿Exhibir lo más cruel del ser humano? Sontag diría que sí. Pues según reseñó, “sólo a partir de la guerra de Vietnam hay una certidumbre casi absoluta de que ninguna de las fotografías más conocidas son un truco. Y ello es consustancial a la autoridad moral de esas imágenes. La fotografía de 1972 que rubrica el horror de la guerra de Vietnam, hecha por Huynh Cong Ut, de unos niños que corren aullando de dolor camino abajo de una aldea recién bañada con napalm estadounidense, pertenece al ámbito de las fotografías en las que no es posible posar”.
Como ésta, la historia nos ha regalado tantos otros planos macabros. Los miles de muertos en los campos de concentración de Auschwitz, en Polonia. Los cuerpos deformados por las bombas de Hiroshima y Nakasaki. Los excesos de soldados estadounidenses en las cárceles de Iraq. Los cuerpos esparcidos por carreteres de toda Ruanda. Los millones de habitantes castigados por el hambre en el continente africano.
La lista es interminable. Ahora, ¿lo es también el dolor que nos provoca? Funciona realmente como un estimulante el servirnos de aperitivo imágenes de las peores desgracias? O, por el contrario, su habitual presencia nos ha dejado inmersos en un estado de sedación . Nada demuestra que al ver la muerte en un trozo de papel nos sintamos obligados a actuar para hacer algo al respeto. Nada certifica que seamos más conscientes de lo que sucede al otro extremo del mundo. Es más, para algunos, su publicación sólo alimenta la retina del morbo. Esa que, además, prolifera cuanto más se alimenta.
Entonces, ¿se deben publicar esas imágenes? Los directores de arte de los periódicos se enfrentan cada día a la pregunta. Escogen unas y desechan otras. Y con esa elección, nos demuestran que, a veces, la metáfora también sirve en la fotografía:
Imagen del primer aniversario de los atentados del 11-M en Madrid
1 comentario:
Cualquier aspecto relacionado con el periodismo, con la transcripción de la realidad, ya sea mediante imágenes, texto o voz, siempre será subjetivo, en tanto es un ser humano quien pone su mirada sobre el objeto.
Como bien dices es el eterno debate, pero yo creo que las imágenes no solo se deben de mostrar para "mover" conciencias como tu dices, creo que eso es esperar demasiado del receptor.
Creo en su publicación, porque forma parte de esa realidad, nos guste o no. Porque es hipócrita poder decir que hubo 50 muertos y luego pensar que no hay que mostrarlos. Porque es tratar al espectador como si fuese un niño pequeño que no soportará la crueldad de la realidad.
Nos guste o no, este mundo es feo e injusto. Nunca dudamos si poner las imágenes de un eclipse, o de un nacimiento casi milagroso...no pensamos "oh, el espectador no podrá con tanta belleza!".
El límite? El respeto a la intimidad, a las víctimas y a sus familiares.
Trazar la linea a diario es parte de este apasionante trabajo.
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