miércoles, 29 de septiembre de 2010

Diario de Uganda: Gallinas, shillings y matoke


No sé se si lograré acostumbrarme a la intensidad de las calles de Kampala. Mirar alguna vez por la ventana del matatu y no quedarme con los ojos abiertos ante determinadas imágenes. Las avenidas de la capital están tan colapsadas a primera hora de la mañana que muchos matatus toman atajos, lo que incrementa el abanico de paisajes urbanos.

Hoy el nuevo trayecto me deja delante de un "Cinema", según informa el cartel que cuelga de un improvisado balcón. Miro adentro y me parece que no pueden caber más de seis personas en ese cubículo. Todavía incrédula leo: "Sesiones variadas cada día". Me pregunto cuanto costará la entrada y cuantas personas asistirán.

Camino desde donde me deja el matatu hasta la oficina y cruzando la cuesta por la que subo cada día me tropiezo con un autobús en cuyo maletero lateral viajan varias decenas de gallinas. Un comerciante las baja del vehículo y las ata detenidamente en una bicicleta, donde al momento de irme he podido contar hasta ocho.

En el ascenso, un laberinto de personas y negocios, oigo repetidamente la palabra mzungu. Los ugandeses llaman así a los blancos. Y aunque me cuentan que su uso es despectivo, no dejan de decírtelo cuando te ven destacar en medio del gentío. Por la mañana, casi cada día, los niños con los que recorro el tramo del albergue a la "parada de bus" se me quedan mirando. También ellos me llaman mzungu. Algunos me tocan el brazo al pasar.

El vigor capitalino termina en cuanto cruzo la puerta de la oficina. Dentro los ritmos son pausados. Nadie levanta nunca la voz, nadie corre. Se alterna el trabajo con las conversaciones. Todo en un ambiente muy distendido. En estos días ayudo a la organización a terminar de redactar la memoria del año anterior y a actualizar la web.

A cambio, Cecore me pone en contacto con periodistas locales, organismos internacionales e institutos especializados. Además, tengo a disposición mía decenas de libros y análisis sobre los conflictos que durante años han azotado la zona de los Grandes Lagos. Tienen una interesante recopilación sobre el rol de los medios en los escenarios violentos.

Al mediodía salgo a comer siempre en lugares de comida típica. Hasta ahora solo me había atrevido con un par situados cerca de la oficina. Hoy Justine me acompaña un poco más lejos, en una callejuela repleta de imprentas. Como pollo con yam, posho y matoke.

- ¿Conoces el matoke?
- Sí (es una pasta hecha de plátano que descubrí el primer día). Deliciosa para los que amamos esta fruta.
- ¿Y el posho?
- No. Me explica que se trata de una harina de maíz.
- ¿El yam?
- Tampoco. No me sabe detallar qué es. Luego descubriré que se trata de un tubérculo dulce, cuya traducción en español es ñame.

Como con dos ugandeses a los que no conozco, que se sientan en la misma mesa. La costumbre no es rara en el país, donde ni siquiera es habitual pedir permiso para compartir el espacio. Se rompe el hielo con el habitual ¿How are you?, repetido en ocasiones hasta tres veces. Acostumbro a contestar solo a la primera. Luego sonrío.

El almuerzo me cuesta 4.000 shillings ugandeses (UGX), o lo que es lo mismo, un aproximado de 1,30 Eur. En total y si no hay gastos extraordinarios no gasto más de 3 Eur al día en Uganda. Los días en que compro provisiones en el supermercado el gasto puede ascender a 5 Eur. Casi nunca más. El autobús me cuesta 500 UGX de casa al centro (unos 0,15 Eur) y 1.000UGX (0,30Eur) en el mismo trayecto inverso. No hay explicación lógica de porqué el mismo tramo cuesta el doble en el regreso.

Después de comer salgo a pasear por el centro. No llevo bolso encima, así que puedo permitirme hacer un poco "la turista". Entro en algunos centros comerciales, donde se pueden adquirir las coloreadas telas africanas con las que visten muchas mujeres de este país. Y como en otros países en desarrollo hay infinidad de tiendas de zapatos. Los tacones no parecen un obstáculo para las ugandesas, acostumbradas al barro y a los baches. Entro en un negocio de películas piratas. Otro producto al que estoy habituada.

En el exterior, enfrente a las sedes de grandes bancos extranjeros como Barclays, se sientan muchos hombres y mujeres detrás de pañuelos enormes en los que se pueden encontrar desde cortaúñas hasta mapas de África, monederos o paraguas. También son habituales las paradas de libros usados. No faltan las novelas rosa de Nora Roberts o Danielle Steel. En muchas se encuentra también el primer libro de Barack Obama "Los sueños de mi padre: Una historia de raza y herencia", publicado en 1995 y re-editado en 2004.

Cuando llego a la oficina me choco de bruces con una música en español. “¿Quién es ese hombreeee?”. Algunos de los compañeros están comiendo delante del televisor. Y para amenizar el almuerzo tienen puesto ni más ni menos que una versión inglesa de Pasión de Gavilanes. ¡Dudo que este país deje alguna vez de sorprenderme!

1 comentario:

Lux Lisbon dijo...

Brutal nena, quin relat....perfectament així podries començar una novel·la...m'he quedat enganxada, pillada, volia més....
un petonas immens....i continua, que vull més capitols...