jueves, 23 de septiembre de 2010

Diario de Uganda: Primeras impresiones

Hay un momento inédito en todo viaje. Un instante que queda para siempre sellado en la memoria por acoger las primeras imágenes de un país. La postal con la que siempre asociaremos la llegada a ese nuevo entorno. Las primeras impresiones. Hoy escribo desde el privilegio de ese espacio-tiempo, cuando están a punto de cumplirse 24 horas desde que pisé por primera vez el África subsahariana. África, el destino que siempre quise conocer, el continente-enigma.

Llegué a Entebbe con un día de retraso. La mala visibilidad en Amsterdam y la huelga de controladores aéreos en Francia me obligaron a hacer noche en Holanda, sin más consecuencia que el incremento de esa alteración emocional que todo viaje ansiado despierta. Cuando finalmente volé, lo hice –sin embargo- desde una calma inesperada. Sabía que, de alguna forma, África representa no sólo un nuevo descubrimiento exterior para mí sino la continuación de una apuesta interna en una etapa impregnada de reflexión. Todo viaje emprendido solo significa, ante todo, un reto personal. Un encuentro con la soledad, el único escenario desde el que se puede escribir.

Volé consciente de ello en un viaje casi sin turbulencias, en un avión sin llenar, donde muchos optaron por dormir, lo que alentaba la serenidad en el ambiente. Pasé gran parte del vuelo leyendo un ensayo-intento-de-racionalizar la crueldad del genocidio ruandés, con ratos en los que saltaba a la historia de Uganda.

Delante, el ordenador de KLM iba indicando nuestra situación. Después de algunas ojeadas, el mapa nos ubicaba ya en el continente africano. Dejé escapar una sonrisa. Horas más tarde, aparecería el Lago Victoria, hablaría el capitán e iniciaríamos el descenso. Hasta que, de repente, alcanzamos velocidad cero, se abrieron las puertas y supe que estaba a metros de pisar una región, la de los Grandes Lagos, que siempre quise conocer. No podía contener ya la curiosidad.

Al bajar del avión me esperaba Dilia, la presidenta española de un orfanato en Entebbe con la que había contactado antes del viaje. Me llevaron a cenar con otros españoles y pronto nos acostamos. De noche, Uganda asomaba con las sombras de ese país increíblemente verde castigado durante años por un conflicto interno y la dictadura de un hombre que, como tantos gobernantes, han pasado a la historia por lo cruel de sus actos, Idi Amin.

Tumbada en la cama del orfanato, donde pasé la primera noche, algo me impidió dormirme pronto. Al despertar, el grupo de españoles que estaban de visita y con los que cené el día anterior, ya estaban de pie. Desayunamos juntos pero pronto los dejé. Tenía ganas de llegar a Kampala, dejar maletas y empezar a situarme. La primera sorpresa fue cuando el boda-boda al que llamó Dilia apareció. Esperaba una moto-taxi como las habituales de Perú y muchos otros destinos. En su lugar apareció simplemente una moto, donde debíamos caber el conductor, yo y la maleta de 23 Kg…

Evidentemente cupimos. Y no solo eso, sino que el trío –ninguna novedad en Uganda, donde el número tres parece ser el mínimo de pasajeros a llevar en moto- cruzamos un camino repleto de baches y llegamos al centre de Entebbe. Cambié algo de dinero y me subí a un matatu, ese minibús sin más paradas establecidas que las que solicite el pasajero.

A poco de iniciar el trayecto aparecen las primeras aguas del Lago Victoria, un símbolo literario donde exista. Discurren escuelas, negocios informales al aire libre, caminos de tierra que se adentran lejos de la mirada, suben y bajan continuamente pasajeros. Tengo al lado una mujer joven de unos 25 años que luego me será de gran ayuda. A su lado sube al rato un hombre con dos niñas. Una de ellas me mira.

La inocencia tiene en los pequeños ese descaro de curiosidad que los años roban. Soy la única blanca en el matatu. Le respondo a la mirada con una sonrisa que me devuelve. Su rostro tiene algo de osadía que su padre reprueba. Le muevo la cabeza en señal de aprobación. ¿Cómo no permitir su curiosidad cuando la más indiscreta en ese mini-bus soy yo? Miro fuera sin cesar, intentando absorber todo, consiente –no obstante- que lo percibido en ese momento supera al viajero. Solo las palabras podrán en orden, más tarde, las sensaciones.

A medida que llego a Kampala se incrementa el tráfico, asoma una ciudad caótica al fondo, con algunos edificios financieros a la derecha y un gran desconcierto, que no hace más que aumentar, al otro lado. De repente rodean el matatu centenares de personas, aparece un mercado a la izquierda y la carretera –un camino sin asfaltar- se convierte en un sinfín de mini-buses peleando por avanzar.

El conductor para a ratos el motor, la chica de al lado me pregunta si bajo en el parque. Le digo que sí, sin mucho convencimiento, sin idea realmente de donde se encuentra ese sitio al que me han indicado que debo bajarme. ¿Primera vez aquí? Primera vez en África, admito sonriendo. La sensación de estar perdida en medio de tanta gente desconocida y de una ciudad nueva solo puede enfrentarse con la risa. "Yo te llevo al parque", me dice.

Bajamos, pago a una bici para que me lleve la maleta al parque –siguiendo el consejo de esa cómplice inesperada- en medio de centenares de miradas curiosas y de muy poco espacio por donde circular y observo. En breve llegamos al parque, me busca el matatu que me lleva a Rubaga, el barrio donde se encuentra el albergue pero pasa media hora en la cual no sé si reírme o preocuparme.

El conductor ni nadie alrededor conoce la dirección que les doy. Ubican la carretera que lleva allí pero no el sitio exacto al que debo bajar. Pago algo por una tarjeta telefónica que me permita llamar al albergue desde el teléfono de uno de los pasajeros. Pero salta un contestador automático. Todos quieren ayudarme, todos preguntan la dirección. Nadie sabe. Hasta que al final regresa el conductor diciéndome que ya le han indicado como llegar. Solo puedo creerle. Miro atrás en el momento de arrancar. Hay otras mujeres en el matatu. No pasará nada. No pasa nada.

Me dejan en la rotonda correcta. Allí se repite la escena conductor de moto-Àngels-maleta, aunque esta vez el equipaje viaja sin ser atado, delante de mí, que lo sostengo. Volvemos a recorrer baches, vuelvo a adentrarme en caminos sin asfaltar hasta que, por fin, diviso el albergue. "Bienvenida", me reciben varias caras sonrientes. Gracias. Icu Guesthouse es un acogedor albergue en medio de un entorno tranquilo y verde. Un oasis entre tanto caos. Un espacio desde el que se divisan las montañas que rodean Kampala. Un espacio donde sentirse en casa lejos del hogar.

Por la tarde me voy al centro de la ciudad. Quiero acercarme a ver a la gente de la organización con la que colaboraré. Desde el albergue me llaman a un conductor de ‘matatu’ de confianza y entonces sí, descubro que el peligro de Uganda no es su inseguridad ni sus calles, sino quienes conducen por sus calles.

Sin casco, con la conducción por la izquierda y casi obedecer a señales, los ugandeses han aprendido a lidiar con el caos de la capital haciendo increíbles y laberínticos movimientos entre los coches. Sentada detrás, intento entender a John, el "taxista", que me habla sin parar y al que no entiendo más que a ratos. El inglés africanizado tiene algo de complejo. Y entenderlo detrás de un matatu no es lo más fácil del mundo. Se me escapa la risa. Leo el surrealismo del momento ligado a lo inédito de la experiencia. Siento Uganda, siento la vida. Me siento viva. Me siento vida.

Al llegar al Centro de Resolución de Conflictos (Cecore) con los que trabajaré percibo esa timidez ugandesa de la que me hablaron en Entebbe las chicas españolas del orfanato. Las mujeres africanas hablan bajito, dan la mano sin firmeza y evitan la mirada. No está Lydia, la coordinadora de los voluntarios. Otra mujer me da información de la organización, me invita a consultar los documentos que quiera y me da la bienvenida. Husmeo algo de información que tienen sobre el papel de los medios en los conflictos de esa región, charlas de algún ponente y congresos organizados sobre el tema. Querré saber más sobre ese aspecto que hace algún tiempo que me interesa.

A las cinco John me espera delante del edificio donde está Cecore. Temía no reconocerle entre tanto "taxista"…Volvemos a surcar las calles, ahora más densas por coincidir con la hora en que cierran muchas empresas. Vuelve a crear laberintos entre coches y autobuses. Vuelve a hablarme sin parar. Vuelvo a no escucharle más que palabras. Vuelvo a reírme. Hasta que llego al albergue.

- Mañana te recojo a las 8.20, my friend, me dice John.
- Gracias. Hasta mañana.

Pienso en que tengo que comprarme un casco, como hizo otra voluntaria alojada en el albergue.

Llego a la habitación con dolor de cabeza. Conozco las señales de lo intenso. Martillean tanto que provocan dolor de cabeza. Me tumbo un rato, luego bajo y conozco a un holandés que recorre la región. Cuando se retira subo a escribir. Las palabras escritas desde esta habitación temporal tienen algo de mágico. Nacidas de la fascinación de las primeras impresiones, surgen solas, quizás alentadas por el maravilloso ocaso que se percibe aquí, acompañada detrás por una excepcional vista a las montañas.

Y mientras escribo aparece un ugandés. Me pregunta si no bajo a cenar. "Comí muy tarde", le respondo. "Ah, ok". Es propietario de una agencia de viajes al límite con Ruanda. "¿Viajarás por el país?", me pregunta. "Seguro, pero al final de mi estancia", le digo. "Este país tiene que ser increíble", agrego. Se alegra de que me guste. "Voy a cenar, luego estaré en la terraza, tomando algo". "Voy en 30 minutos, le digo". Inspira tanta tranquilidad que no puedo rechazar la bebida. Mañana habrá más África. ¡Salud!


'África tiene un aura especial y la tersura de un sueño infantil. África es también literaria, quizás el más literario de todos los continentes’, Javier Reverte en ‘El sueño de África.

2 comentarios:

Refugiada dijo...

Qué genial es leerte desde África, ese continente al que sé que iré pronto. Lástima que te quedes poco por allí que sino me iría a verte!
Miles de besos y abrazos desde Beirut!
Xili

KALIMA dijo...

Abrazos a tí también!
Me encantaría compartir esa experiencia contigo. Seguro que nos vemos pronto!
Miss you!