A diferencia de lo que temían muchos conocidos, Uganda no es un país peligroso, incluso para los mzungu que andamos curioseando en los rincones de la capital siempre que podemos. Muy raramente se registran ataques a turistas. Y cuando los hay a menudo es porque el visitante olvida las normas básicas que rigen el sentido común del viajar: alerta en las noches, alerta con el tráfico, alerta con los bolsos.
El mayor riesgo es que te roben. Y cuando esto sucede en ocasiones los propios ugandeses se encargan de “aplicar justicia”, a veces provocando la muerte de quienes consideran sospechosos. Es la llamada justicia popular, cruel para aquellos que venimos de sistemas judiciales mayormente eficaces, justificada para quienes conocen de cerca la impunidad.
Leo en las primeras páginas del Daily Monitor que un ugandés ha muerto por esta práctica, que también se aplica en algunas ciudades de los Andes. Ya la semana pasada escuché que en Entebbe habían linchado a alguien por intentar robar en el minibús. Estaba vez sucedió en los suburbios de Naguru, donde una turba de gente mató a un sospechoso de haber asesinado el propietario de un bar el pasado lunes.
Unas páginas más adelante el periódico reporta el caso de otras dos personas que casi corrieron la misma suerte. Se trata de dos capitalinos acusados de haber violado a una joven del distrito de Kamuli. Se salvaron porque la policía intervino justo cuando residentes del mismo barrio estaban por entrar a la casa.
A esta información se une –en portada- la alerta de Naciones Unidas sobre el uso de Stavudine, un antirretroviral contra el Sida que ha dejado de usarse en Europa y América por sus efectos secundarios hace tiempo. En África muchos hospitales públicos siguen receptándolo.
A menudo resulta difícil explicar porqué a algunas personas nos interesa el Tercer Mundo. Entre las miles de razones que me vienen a la cabeza, las decenas de experiencias que nos proporcionan estos países, el increíble reto al que nos sometemos al querer pisar estas tierras rescato una idea: estando aquí solo podemos dar las gracias por haber nacido allí. Escribir viene después.
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