viernes, 1 de octubre de 2010
Diario de Uganda: Otros tiempos, otra vida
Rebecca me ha despertado esta mañana a las 5.30, una hora antes de lo que le pedí anoche, poco antes de acostarme. No era muy consciente de la hora que era cuando ha entrado en la habitación. Al abrir los ojos, sin embargo, supe que era muy pronto. Ni siquiera habían asomado los primeros rayos de luz del día. Miré el reloj y me di cuenta de que faltaba una hora para levantarme. Me tumbé y seguí durmiendo.
Rebecca es una de las chicas ugandesas que trabajan en el albergue. Todavía no he comprado un despertador, así que me levanta ella cada día sobre las 7. A menudo, cuando llega, estoy ya en pie. El amanecer tiene tanta fuerza aquí que casi siempre me despierto con las primeras luces del día.
Cuando bajo a desayunar me la encuentro en la cocina. Me mira y se ríe, pidiéndome disculpas:
- Àngels, creo que te he despertado una hora antes.
- Sí, pero no pasa nada. He seguido durmiendo hasta ahora.
En África el concepto del tiempo tiene poco qué ver con el de Europa. Los autobuses acostumbran a salir con retraso, casi nadie llega a la hora a la oficina, la puntualidad en las reuniones suele ser inexistente. Un europeo debe cambiar, aquí, su idea de productividad. Las cosas suceden pero suceden de otra forma, marcadas por otros ritmos.
“Quien no se acostumbra a ello no puede vivir aquí”, me explica Sanders, el propietario del albergue donde estoy alojada. Es holandés pero vive en el país desde que hace tres años decidieron con su esposa ugandesa poner en marcha una escuela. Increíblemente amable, sin exceder ese punto que puede convertirle a uno en demasiado servicial, Sanders transmite una calma que encaja perfectamente con el entorno. Me dice después de una larga conversación:
- “Si desesperas, si no aprendes a esperar, puedes perderte todo lo que pasa en este país, la esencia de Uganda”.
Pienso que tiene razón. Pues las mejoras cosas no suceden aquí durante las reuniones, en la oficina, entre las comidas, las charlas con los amigos que se van adquiriendo o leyendo los editoriales del New Vision, el periódico más leído del país. Lo mejor de Uganda está en sus calles, en los imponentes paisajes, en la gente que simplemente deja pasar el día sentada en una silla frente al portal de su casa, en la mirada de los niños, en la fuerza de los rostros femeninos.
Por eso aquí hay que venir sin prisa, casi sin objetivos. Dispuesto solo a mirar, a absorber. En una época de serenidad en que no necesites demostrar nada para saber quien eres. Sino consciente de que somos por el mero hecho de existir y aprender. Asumiendo que África te dará mucho más de lo que tu puedas dejarle a tu ida. Preparado para vivir sin tiempo.
Entendí que muchos ugandeses viven sin reloj desde el primer día que pisé Kampala, cuando John me dejó en la puerta de Cecore y le pedí que me recogiera a las 4pm. Me despedí de él y me fui a tomar café en un restaurante de enfrente. De repente al levantar la mirada me lo encontré allí sentado:
- Àngels, llámame a las 4 menos 20 para que venga a recogerte.
- ¿Porqué? Si seguro que a las 4 estoy lista.
- Pero llámame a las 4 menos 20.
- Ok
Lo llamé a las 4 y 15 porque me retrasé más de lo previsto en la oficina.
- ¿John, me puedes recoger a las 5 por favor?
- Ok, pero llámame a las 5 menos 20.
- No, John, ven a las 5, que cierra la oficina y tendré que regresar al albergue, por favor.
- Ok, pero llámame a las 5 menos 20.
Como vi que no nos íbamos a entender le dije que ok, colgué y le llamé a la hora que me había pedido. Luego entendí que esos 20 minutos era el tiempo que tardaba en salir de su casa y llegar hasta el centro de la ciudad. Asumí que su vida no la regían los minutos. Y supe que el valor del tiempo, como el de la vida, también aquí es diferente.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario