No importe que se encuentren en un centro comercial o que las rodee un cúmulo de basura, las mujeres africanas no abandonan nunca su imagen. Cuidan sus ropas pero sobre todo su pelo. Quizás por ello no resulte extraño encontrarse con salones de belleza en cualquier esquina del país.
Los beauty salons pueblan no solo la capital sino también los caminos. Son pequeños cubículos hechos de madera. Espacios casi unipersonales donde las mujeres pueden pasarse el día entero dejándose trenzar el pelo. Destartalados cobertizos donde unas cortinas separan la realidad del país de la ficción del alisado africano.
Muchos forman parte de Angels, una franquicia de peluquerías que se extiende por todo el territorio nacional. Otros le rinden homenaje a Obama en carteles donde comparte escena con Dios. Las referencias al ser supremo suelen estar presentes también en inscripciones detrás de los matatus, como si hubiera que encomendarse a Dios para justificar la conducción de los ugandeses.
En la carretera que une Entebbe con Kampala los salones de belleza se suceden, en ocasiones, cada diez metros. Encarnan las contradicciones de un país donde tampoco faltan nunca los teléfonos móviles. Solo algunos hemos decidido prescindir de él, algo que se hace difícil de asumir para muchos.
- ¿Cuándo vas a conseguirte un móvil?, me preguntaban al principio en la oficina
- No voy a comprarme ninguno
- ¿Por qué? ¿Cómo te vas a contactar si te pasa algo?
- Hay teléfonos públicos en todas partes, en la oficina y en el albergue. No lo necesito.
- Pero…
- No lo necesito. No aquí. No en este momento.
Los móviles, como los televisores, son elementos difíciles de entender en el Tercer Mundo, donde uno diría que existen necesidades mucho más latentes. Para ellos parece no ser así. En cualquier calle se pueden encontrar negocios de telefonía. Y en todos los rincones abundan vendedores de Air time, o lo que es lo mismo, tarjetas para recargar el móvil.
Sus vendedores son de los que se introducen en las ventanillas de los matatus mientras esperas que arranque el vehículo y gritan consecutivamente en un inglés africano que me costó entender: Air time, air time, air time. En las calles del centro de Kampala quienes venden las mismas tarjetas de la compañía MTN visten, además, unos chalecos amarillos.
Junto a estos vendedores callejeros a menudo es fácil encontrarse con guardias armados. Suelen custodiar, con sus artefactos, la entrada de algunos bancos. Tardé varios días en darme cuenta de que no me generaba sorpresa la presencia de estos escoltas de edificios. Hasta que en algún momento vi pasar coches de policía con agentes armados en la parte trasera.
Me acordé de Guatemala, donde era habitual ver escenas parecidas. Y pensé en Xili, mi querida amiga venezolana que tras viajar a Marruecos me repetía: estoy sorprendida de cuánto se parecen los Terceros Mundos. Es cierto, la pobreza suele afectar, de forma similar, las mismas estructuras, las clases más bajas, los barrios más desfavorecidos.
Al cambiar de continente, sin embargo, algo te permite volver a gozar de la inocencia del lugar nuevo. Las primeras sensaciones son siempre demasiado intensas para asimilar todo lo que ves. Las imágenes iniciales de Uganda te pueden llegar a abrumar. Con los días, sin embargo, aprendes a mirar.
Hoy tengo clarísimo que para descubrir África hay que mirarla de más a menos. De lo general a lo pequeño. Lo macro te da perspectiva. Pero es en los detalles donde encuentras la esencia, el ingrediente con el que se construye la memoria de los viajes.
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1 comentario:
loggXurri , molt guapo el que escrius, a veure si un dia triunfa la teva forma de descriure les coses. Tant impactants i tant directes.
Molt petons. Cuidat
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