África es un paraíso para quienes tengan vocación médica. Las deficientes instalaciones y la escasez de materiales en los hospitales públicos convierten este sector en uno de los más necesitados. De ahí que muchos médicos europeos a punto de graduarse vengan a pasar una temporada al continente.
La estancia, un apoyo para los médicos locales, acaba siendo a menudo un reto personal para los futuros profesionales. “He visto las cosas más alucinantes de mi vida”, me cuenta Álex, un alemán de 26 años que trabaja en el hospital de Kampala.
Después de pasar dos meses aquí, me explica que lo soporta porque trabaja solo 4 días a la semana y el resto lo ha dedicado a recorrer el país. “Es un aprendizaje increíble porque aquí hacen con las manos y un bisturí lo que nosotros hacemos con veinte instrumentos, lo cual te hace valorar nuestra tecnología”, me explica emocionado.
“Pero por otro lado es muy duro ver lo poco que les importa a veces a los médicos la vida de la gente”, agrega. “Sé que en este país el tiempo no es una medida válida pero cuando se trata de la salud unos segundos le pueden salvar la vida a alguien”, se lamenta.
Me cuenta luego que esa misma semana llegó al hospital un paciente con una grave herida. Solo un hilo de carne separaba el brazo del antebrazo. “Le pusieron una venda y lo mandaron de vuelta a la calle”, me explica atónito. “A veces he pegado cuatro gritos a las enfermeras porque simplemente no puedo verlas caminar con esa tranquilidad cuando los pasillos están repletos de enfermos”, agrega indignado.
“¿Sabes? Sé que es cruel e incluso yo alucino al pensarlo, pero a veces cuando veo alguien con una herida grave pienso que mejor no se la curen y le dejen morir. Porque si regresa a la calle, no solo tendrá que ingeniárselas de nuevo para comer sino que, además, probablemente no puede volver a caminar bien nunca”.
Me mira como pidiendo mi aprobación. Pero solo me encuentra mirando al horizonte. Intentando buscar respuestas que tampoco yo puedo darle.
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