domingo, 3 de octubre de 2010

Diario de Uganda: Cánticos de domingo

Los mejores momentos de este país van vinculados al nacimiento y la muerte. A última hora del día el ocaso llega siempre custodiado por los cánticos de una mezquita cercana al albergue, donde se mezclan -en una perfecta sintonía- el desvanecer del sol con las melodías árabes. Por las mañanas el reflejo de los primeros rayos de luz en el jardín convierte el amanecer en un momento casi místico. El despertar de África no se parece a ningún otro.

Los domingos se unen luz y sonoridad desde primera hora de la mañana. Despierto en Malayaka House, desde donde se escucha muy pronto la música de algunas iglesias católicas en la cercanía. Tierra de tambores, Uganda reza a través de los bailes y los cantos. Me despierto pronto, tal y como quedamos con Olga, otra voluntaria del orfanato. El paseo de ayer hasta el Lago Victoria nos dejó ganas de repetir hoy. Cambiamos, sin embargo, el itinerario.

Durante el trayecto raramente cesan los cánticos. Atravesamos varios poblados, dejamos la carretera y entramos en un camino sin asfaltar. Rodeadas de plátanos, la fruta que ilustra todos los rincones de Uganda, observamos la elegancia femenina, hoy llevada a su máximo. Es domingo y los ugandeses, como nosotros, sacan ese día sus mejores ropas. Abundan los vestidos largos con anchos cinturones y colores vivos. Salpica el contraste de la piel oscura ante los ojos. Vibran los poblados de música y color.

Iglesias de ladrillo, de barro, de paja. No importan los materiales. La religiosidad impregna el ambiente. Muchos de esos centros están señalados con un cartel en el que se indican los horarios en que hay funciones de gospel. Recuerdo la primera vez que asistí a una de estas misas, en la iglesia de Times Square (NY). Un recuerdo repleto de emotividad.

De regreso a Kampala, por la tarde, me monto delante del matatu, lo que me convierte en objeto de miradas durante todo el trayecto hasta la capital. Aprovecho el amplio campo de visibilidad, normalmente segado por las cabezas de otros viajeros, para gozar del paisaje. Viajo en un estado de sosiego, que me tiene algo adormecida. Mirando sin mucho esfuerzo. Serena. Disfrutando de esa nueva labor que consiste simplemente en dejarse impregnar de imágenes y olores.

1 comentario:

Lux Lisbon dijo...

Estic d'acord, el despertar d'Àfrica no s'assembla a cap altra.....es com un crit que ve de lluny....posa la pella de gallina....m'encanta....