De todos los países que he visitado Uganda es el que cumple más a rajatabla el prejuicio de los tópicos. Los vivos colores de los vestidos, el transporte de mercancías sobre la cabeza, el perfil de los bananos en el horizonte, la carne expuesta al aire libre en improvisados mostradores, la belleza femenina…todo cumple en Uganda la imagen previa que nos hemos hecho del continente.
También la música, el elemento sin el cual no se puede entender esta tierra. Los tambores, con los que se asocia África, acostumbraban a servir para reunir a los habitantes de las comunidades. Hoy forman parte en Uganda, no solo de la bandera, sino de la esencia callejera.
En las noches, cuando la ciudad muere, algunos rincones se llenan de ritmos. Empieza la otra vida. La nocturna. En Kampala el Teatro Nacional acoge cada lunes Jam Sessions, las míticas actuaciones en las que puede participar todo aquel que quiera. Son maratones de improvisación en las que se alternan diferentes estilos. Sesiones donde uno puede gozar, en directo, de las increíbles voces de los africanos.
Acabo de llegar de presenciar una de estas sesiones. Ha sido, como tantas cosas en Uganda, tal y como uno podrían imaginarlo antes de pisar esta tierra. Mezcla de ritmos, de voces, improvisadas apariciones de cantantes, remixes de temas conocidos, fusión de estilos, de continentes. Una experiencia de casi tres horas que solo tiene hora de inicio. Nunca hora de clausura.
Mientras estoy allí sentada, dejándome llevar por la fuerza del momento, me acuerdo que hace exactamente un año estaba en Nueva York. También era octubre, quizás un par de semanas antes de las actuales fechas. Hacía frío, llovía mucho pero el clima no nos impidió acercarnos una noche a Harlem. Allí, tan lejos de esta tierra, en un país que apadrinó los ritmos africanos, gozamos también de una Jam Session.
Hay quienes creen que los que viajamos a países en desarrollo afrontamos mayores riesgos que el resto de la población. El temor de la muerte parece que nos sea más próximo a los viajeros. Puede que tengan razón. O puede que sea el simple miedo a lo desconocido.
A quienes me plantean el tema les digo que si algún día la experiencia del viajar me conlleva la muerte, moriré feliz, satisfecha de haber hecho, hasta el momento, gran parte de lo que anhelé. Cada experiencia, cada viaje y cada destino me han aportado infinitas sensaciones. Incluidos los duros, que me hicieron más resistente, no cambiaría ninguno de ellos. Si muero, improvisen un baile.
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