Estoy resaqueada. Las cervezas Nile y la amanecida me han dejado el cuerpo molido. El baile y los tacones hicieron el resto. Estos aliados de la noche pasan factura siempre, sin escrúpulos, el día después de una juerga.
Y, sin embargo, seguimos manteniendo esas costumbres simplemente porque la vida no sería lo mismo sin esas bachatas de las tres de la mañana. Su ritmo nos proporciona, por igual, la posibilidad de movernos y de acercarnos al otro, en un sutil movimiento que algunos llaman seducción y que puede abrir las puertas del placer o quedarse en horas de diversión.
Ayer no bailamos bachata porque, a pesar de que fuimos a un club latino, era noche de Halloween y al DJ no le valió de nada mi súplica europea. Pero bailamos salsa. Aún cuando sonaba rap, bailamos salsa.
Dejándome llevar me di cuenta de que sigo prefiriendo los hombres buenos a los bellos. Me seduce la honestidad y la alegría. Hace poco leí que las mujeres tenemos el clítoris en los oídos. Somos menos visuales que los hombres. Nos enamoramos con las palabras. El baile suele ser un buen complemento.
Cuando regresé a casa, era tarde. Algunos negocios informales estaban apostados ya en la calle. Los miré montada en el boda-boda al que ordené no correr. En las seis semanas que llevo en Kampala he aprendido que una advertencia seria puede salvarte de morir aplastada entre dos camiones. Los conductores respetan una voz firme cuando la mirada es seria.
Seguí el mismo trayecto que recorro cada domingo al regresar de Entebbe. Y como cada fin de semana me encontré, en la primera cuesta después de dejar el centro de la ciudad, con esos dos personajes que me sedujeron desde la primera vez que los vi.
Se sientan en la calle, uno al lado del otro, a pocos metros de la puerta, con sus máquinas de coser. Y cosen. Inexorables. Mirando solo a través de las agujas que perforan. Ajenos a otra vida que no sea la que sucede entre tela y tela.
Visibles allí, en la calle, sacan a relucir una tarea que en Europa hacemos encerrados detrás de los muros. Dejando constancia, una vez más, de que en África la vida sucede, siempre, al aire libre.
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