lunes, 1 de noviembre de 2010

Diario de Uganda: No es estético pero funciona

Se rompieron las sandalias. Fue después de tropezar dos veces de camino a la Iglesia de Rubaga con Lara y Evelina, dos estudiantes de Londres con las que he compartido las últimas semanas.

Los cortes de luz nos obligaron a buscar distracciones con las que enfrentar las últimas horas de la noche. Y evitar así acostarnos a las 8 solo porque la ausencia de electricidad lo dicte. Las horas compartidas han sellado una amistad más basada en espacios comunes que en una complicidad extrema.

Hoy, somos sobre todo compañeras de películas, y cuando la luz sigue haciendo de las suyas, de conversaciones nocturnas y de vino. Lara disfruta sobremanera degustando vino tinto a la luz de las velas.

Iba con ellas cuando se rompieron las sandalias. Se despegó la parte delantera. La de atrás me seguía sujetando el pie, de manera que pude seguir caminando la cuesta que lleva a la Iglesia, solo a diez minutos de casa. Las vistas de Kampala desde lo alto justifican siempre la caminata.

Esta mañana las llevé a reparar en la rotonda de Kubuuzu donde me he cruzado decenas de veces con un zapatero que trabaja delante del quiosco de los periódicos.

- ¿Se pueden arreglar?, le pregunto
- Sí, son 500 Sh. (0,15 Eur).

Muy baratos, pienso mientras coge el zapato, le clava una aguja atravesada con hilo negro, perfora la suela y arregla el zapato.

En los dos minutos que dura la operación combino la mirada al zapatero con la observación de las bicicletas que cruzan la rotonda. Sus conductores llevan detrás cajas que a veces superan tres veces el tamaño de la bici.

En estos pequeños espacios he llegado a ver transportarse pilas de cartones con huevos, cajas con carne, gallinas… A menudo una inscripción bendice el transporte. “Dios es bueno”. El fervor religioso no tiene límites en Uganda.

“Ya está”, me dicen el zapatero. Agarro la sandalia, que tiene un pedazo de hilo negro sujetando la parte rota. Mientras la reviso pienso que no es agradable a la vista pero aguantará hasta que me vaya. Como el transporte en bicicleta y la vida misma en este continente, no es estético pero funciona.

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