Han pasado casi dos meses desde que pisé por primera vez esta tierra. Lo preceden otros viajes en otras tierras. Con otras personas, otros protagonistas. Experiencias donde siempre las personas escribieron las conclusiones del viaje. Pues es la gente, al final, la que sentencia la exploración de mundos lejanos.
He viajado desde que tenía 13 años. Y siempre he regresado a casa con muchos más conocidos y algunos amigos a los que el tiempo no ha dado sepultura. Sé que tiene mucho que ver, en ello, mi carácter abierto. Soy una apasionada de las personas. A pesar de haber atravesado épocas de profunda introspección he aprendido que las necesito tanto como a las palabras.
Por alguna extraña razón vinculada al embrujo que envuelve este país, África eleva esta pasión a la décima potencia. Me encuentro hablando con improvisados amigos en los matatus, en las esquinas de Kampala, detrás de los hombros de los boda-bodas.
Y luego, de repente estoy sellando estas conversaciones con intercambios de correos. Tomando, al final, cafés con esos nuevos personajes en encuentros donde la protagonista raramente soy yo. Tampoco ellos. Son las risas, que de alguna forma se han convertido en la forma más sincera de leer Uganda.
Sentada en la terraza de un modesto hotel de Jinja, al que hemos llegado con Kamilah, después de dos horas de autobús, me encuentro de repente inmersa en una de estas situaciones. Solo que la conversación nace ahora del más absurdo de los comentarios. Unos calcetines negros graciosos, unas risas, una marca de cerveza que no he probado y de repente conocemos a Uncle Ben.
- ¿Y? ¿Qué les parece la Bell?
- ¡La mejor que he probado hasta el momento, Sebbo!
Sebbo es la traducción de señor en Luganda, el idioma local más hablado. Y la Bell, exquisita en el punto perfecto para no embriagar, casa perfectamente con la elegancia de la palabra. Es menos suave que la Nile y más fuerte que la Tusker.
Uncle Ben debe ser un personaje conocido en la zona. Vestido de blanco, con una panza que habla por sí sola de su situación económica, es saludado por muchos de los habitantes de este municipio. Intercambiamos información indispensable. Lugares de procedencia, razones del viaje y la ineludible pregunta: ¿Y qué les parece Uganda?
"Uganda me apasiona, Sebbo. Este es un paraíso natural, que no siempre humano". Se ríe. Conectamos pronto. Está sentado con su sobrino Jeremy y un amigo. Se tiene que ir pronto pero le encarga a Jeremy que nos lleve a Las Fuentes del Nilo. "¿Es tan espectacular como dicen, Sebbo?" Increíble. Vayan y me cuentan.
Uncle Ben le deja el coche a Jeremy que nos regala una tarde espectacular. Primer contacto con el nacimiento del Nilo, agradables conversaciones, risas y momentos de silencio. El lugar requiere de calma. No es por nada que Gandhi lo eligió como uno de los sitios donde quiso que desperdigaran sus cenizas tras su muerte.
Las Fuentes del Nilo perdieron parte de su encanto cuando la construcción de la presa de Owen en los años 50 eliminó el espectacular paisaje de las cascadas de Ripon, que visualizó el explorador británico John Speke en 1862. Sin embargo, el mero hecho de estar al inicio del largo trayecto que el Nilo recorre hasta el Mediterráneo sigue haciendo del lugar un espacio insólito.
Jeremy se divierte con nuestras apreciaciones del lugar. No hay como ver gozar al extranjero con lo propio. Redescubrir lo que es rutina en ojos del otro. Disfruta tanto que se entusiasma y nos lleva con el coche a otros rincones, espacios desde donde descubrimos nuevos ángulos del mismo corriente.
Para terminar el recorrido Jeremy nos lleva a una sombría orilla, un rincón donde la belleza del Nilo se mezcla con la crudeza de la vida. Un suburbio en el que se produce carbón. Donde la comunidad no bebe del Nilo sino que vive de su corriente. De poder transportar el carbón y venderlo en la otra orilla.
Pienso, como tantas otras veces, en lo literario del continente. La belleza visual no debería poder mezclarse con la vulgaridad de algunas formas de vida. Con las ojeras que produce la pobreza en estos habitantes que nos miran sin entender qué hay de excepcional en ese paraje.
Regresamos al hotel mientras empieza a bajar el sol. Uganda me regala en este último tramo de estancia días perfectos. En el trayecto de vuelta nos miramos con Kamilah. Cómplices de viaje. Conscientes de que a veces la suerte llama a tu puerta. O que quizás, sin querer, la abracemos con el simple deseo de querer absorber lo más simple del viaje.
Por la noche nos acercamos al bar del hotel y sin querer queriendo terminamos jugando a billar con otras, nuevas amistades improvisadas. A las 11 nos retiramos, cansadas de un día eterno. Poco antes de dormirme, con los ojos ya cerrados Kamilah hace balance. "Esta gente simplemente reinventa la hospitalidad". Sonrío mientras siento pesados los párpados y ligera la felicidad.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario