Todo viaje hacia alguna parte es, ante todo, un viaje hace adentro. Hacia uno mismo. Aún cuando el destino figure en nuestros sueños desde hace tiempo, decidimos emprender camino en el instante en el que se cruza necesidad de búsqueda interior y exterior.
África estuvo siempre entre los destinos que quise conocer. El África negra. El África subsahariana. La otra, a la que pertenece Marruecos, fue recorrida antes. En otros tiempos y con otras personas. Cuando la necesidad era completamente diferente y me sentía atada a otros sueños. Anhelos que dejé en el camino. Que simplemente mutaron.
La vida, finalmente, es cíclica. Y ya no se trata solo de lo que somos o no somos. Sino de aquello a lo que aspiramos en un momento determinado. De alguna forma u otra, lo que nos configura como seres humanos, como personas únicas, no cambia con los años. Solo evoluciona. La esencia estuvo allí desde hace tiempo. Con los años adquirimos nuevas partes de un nosotros que siempre nos identificó. Los ciclos, son los ciclos, los que dan prioridad a unas cosas u otras.
Viajé a Uganda para cumplir un sueño externo. El de pisar una tierra ajena cuyas imágenes me habían seducido desde hacía mucho tiempo. Imaginé que no iba a ser una experiencia fácil. El encuentro con la soledad nunca lo es. Y sin embargo, nos da la posibilidad de volver a encontrarnos con nosotros mismos.
Lejos de los deseos vinculados a los demás o incluso de la imagen que de nosotros mismos construimos sin ser del todo sinceros, los viajes en soledad nos dan la oportunidad de sentar a escucharnos. De reconocer la esencia de lo que nos hace quienes somos. Nos obliga a cuestionarnos qué queremos. Y porqué lo queremos. Nos permite despegarnos de las ambiciones profesionales, que tanto pueden encarcelarnos.
Uganda ha significado el conocimiento de una tierra increíblemente sensual vivida con la disposición de querer conocerla en todas sus dimensiones. Una experiencia que me ha devuelto a las sensaciones más salvajes del viajar. Cuando abrimos todos los poros de la piel para absorber cada uno de los pedazos de vida ajena que deja de ser ajena a medida que la aprendemos a leer.
Y sin embargo esto ha sido tan solo la mitad del viaje. El resto, la otra mitad ha sido un viaje interior. Cada vez que me preguntan porqué estoy en Uganda respondo en dos partes. La primera con lo material. El voluntariado que vine a realizar. La segunda responde a una necesidad mucho más ‘espiritual’, si esta palabra puede resumir el viaje interior. Necesitaba parar, les digo.
Necesitaba releerme. Despegarme de lo que creemos que son las necesidades. Aprender que somos no por lo que hacemos sino simplemente por lo que sentimos. Existimos antes de que nos ocupemos de algo o de alguien. Somos por sí mismos. Y somos en libertad. Al final nacemos y morimos solos. Y en medio del camino a veces, algunos más que otros, necesitamos redescubrirnos en esta soledad.
Poco después de haber llegado a Kampala, sentada en un restaurante esperando ser atendida, alguien reconoció este estado de ingravidez en mis pensamientos. Fue un cliente cualquiera. No lo conocía de antes. Ni siquiera lo vi cuando entró. Al sentarse enfrente mío me encontró mirando hacia adelante.
- Disculpe, le voy a tapar la vista, me dijo
- No se preocupe, no estoy mirando hacia fuera.
- Ah, esas miradas son las más interesantes, agregó
Sonreí. A veces la complicidad se teje en unas milésimas de segundos. Y alguien, un completo desconocido, entiende ese viaje interior que estás recorriendo.
Cada vez que he salido a caminar Uganda me he encontrado surcando pasajes exteriores e interiores en la misma medida. He absorbido todos los colores de este país al tiempo que recorría pedazos de vida pasada y trazaba un presente solo basado en vivir. Quizás nunca antes viví tan intensamente el presente.
Quizás nunca necesité hacerlo como ahora. Demasiadas veces vivimos en el anhelo, en construcciones futuras de nuestra vida. Sin ser conscientes que lo único verdaderamente real es el momento presente. Jamás el futuro será como lo imaginemos. Y sin embargo, será. De una u otra forma será.
Uganda me ha regalado decenas de increíbles presentes que solo un verbo explica. Vivir. Ni siquiera vivir para contarla, como resumió Garcia Márquez su autobiografía. Simplemente vivir. Escribir viene después. Cuando nos encontramos de nuevo con la esencia de nosotros mismos. Al entender que regresamos a ese ciclo en el que necesitamos la libertad.
Sabemos entonces que releímos el mundo. Que nos releímos a nosotros mismos. Sabemos, tras ese tiempo, que podemos hacer maletas, regresar al mundo que sí usa relojes y correr de nuevo. O caminar despacio. Ahora sabemos que podemos escoger. Porque tuvimos el tiempo de parar. Porque nos dimos el tiempo para meditar. Para ser sin tener. Para vivir.
Es domingo, luce un sol espléndido. Salgo a caminar y sucede, como muchos otros días, que solo conozco el punto de origen. El resto del trayecto lo marcan los pies. Y una necesidad sin límites de seguir caminando bajo este sol, sobre la tierra roja.
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3 comentarios:
Simplement preciós.
JMColl
Gràcies guapo!
Estic de nou aquí, així que quan vulguis compartim cervesa o cafè.
Una abraçada!
Una agradable sorpresa encontrarme con tu cuaderno.
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