lunes, 8 de noviembre de 2010

Diario de Uganda: Desde lo alto de Kampala

En Kampala no sopla la brisa. No está cerca el Mediterráneo. Ni siquiera asoma el mar. Soplan otros vientos. Procedentes de otras tierras, dejan otros aromas a su paso.

La noche ugandesa es cómplice de los vientos. Desde el centro de la ciudad su roce se percibe con dificultad. Es preciso subirse a los barrios más elevados para sentirlo de cerca. Para gozar la serenidad que su paso deja. Para ser partícipe del volar. Para sentirse libre como quien es capaz de surcar los cielos sin destino conocido.

Haz me ha llevado a Muyenga, una de las colinas desde las que se observa Kampala. Es de noche y en la terraza del Hotel Internacional el aire frío castiga los pies al aire libre. Venimos de tomar uno de estos cafés que sentencian eternidades.

Momentos reveladores que vivimos con la intensidad a la que obliga la fugacidad. Ya no creo en promesas sencillas. Las palabras son las aliadas de las mentes inquietas. Pero también el más efímero de los instrumentos cuando se dejan volar al aire. Sin acciones que las conviertan en realidad.

El último trago de amor sentó las bases de nuevas interpretaciones. Ahora, como siempre antes, pero con mayor cautela, vivo. Sigo viviendo intensamente. Pues, aunque parezca contradicción, también desde la serenidad es posible alcanzar los extremos. Puede que más. Porque se aprende a vivir con más consciencia.

La experiencia es ese grado que te enseña a gozar del presente mientras te observa, sentada a tu lado, la musa del realismo. Juntas equilibran el complicado mundo de las emociones. El recuerdo de una historia amarga llega siempre de la mano de nuevas palpitaciones. La experiencia reta constantemente la ilusión.

No es contradicción. No cuando el tiempo apremia. Cuando no se necesitan evaluar las declaraciones. Algunas aventuras solo se escriben en las telas de lo efímero. Consciente de ello, hoy te escucho y te disfruto. Eres una de esas mentes reveladoras con las que nos cruzamos solo de vez en cuando.

Por eso la conversación fluye. Por eso te he pedido que me llevaras a ver Kampala desde lo alto. Por eso mismo accediste. Conoces la fuerza de la noche, la importancia de la petición a pocos días de abandonar tu país. Porque vives, en cada segundo que transcurre, dos veces vida.

Eres un extraterrestre en tu mundo. Lo sabes bien. Demasiadas veces te sientes extranjero. Lo leo solo con observarte. Cada vez que te indignas con el mundo que te rodea. Y sin embargo eres preso de una contradicción que conozco bien: amar sin desear la tierra que nos ha visto nacer.

Calma. Inspiras calma. Luego entenderé porque. En solo cinco días sabré –no sé si consciente del riesgo que entraña- demasiado de tu pasado. Entenderé entonces el porqué de esa mirada. Demasiadas experiencias, demasiado duras, demasiado pronto.

Una vida sencilla es hoy, una vida cómoda, para ti. Normalidad es sinónimo, en ocasiones, de confort. Y hoy buscas ese bienestar. El simple despertar en una habitación con cama y el derecho a un trabajo. Todo lo demás, ya pasó, me contarás luego.

¿Pasó? Me pregunto. ¿Se pueden olvidar determinadas cicatrices? Olvídalo, me pides. No quieres hurgar más en esos años. Te miro y te admiro. Por lograr vencer las contradicciones. Pudieron hacerte un hombre vulgar y sin embargo te han hecho un hombre bueno. Solo cuando te atacan, atacas. Aunque nos pese, las secuelas de la ferocidad son inmunes al paso del tiempo.

Leo tu dolor mientras me tomo una de las últimas Bell. Sentados al lado, te miro pensando en la injusticia del pertenecer a mundos tan distinto. La distancia mínima que nos separa hoy no borra el abismo de infancias que tuvimos.

El lugar de nacimiento sigue siendo la más grande de las inmoralidades. Y a pesar de todo, sonríes. No olvidas pero te sobrepones. Proyectas. Sueñas. Caminas sin prisa. Paseas. Vives.

Te diré luego que una parte de mí amará siempre una parte de hombres como tú. Habla la mitad que le corresponde a lo espontáneo del sentir. La otra, la que analiza las compatibilidades de la vida diaria, le pertenece a las arenas movedizas de la realidad. La cotidianeidad es el 50% -no siempre compatible- del amar.

Lo sabes de sobras. Por eso, como yo, me miras consciente del presente. De la suerte del poder mirar en este instante en la misma dirección. Del valor del hoy y el ahora. Dejando esa mitad intacta en el recuerdo de la posteridad.

“He descubierto que dejarse ir es una excelente terapia, que los frenos no están para las rectas" (Ramón Lobo)

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