domingo, 28 de noviembre de 2010

Al amparo de mentes lúcidas

Ángel habla despacio. Sabe que los cambios no se logran a contrarreloj. Se lo han enseñado más de dos décadas de trabajo en el norte de Etiopía, en una de las zonas más áridas del continente, donde intenta aliarse con la tierra para ganar el combate de la supervivencia de más de 2.400 niños huérfanos.

La lucha no resulta fácil porque en Wukro, donde actúa, solo llueve dos meses al año, julio y agosto, lo que compromete cualquier intento de cultivar la tierra. Y, sin embargo, los campesinos de la zona la trabajan. La trabajan tanto que la agotan. Y es que donde el hambre apremia el pensar en dejar reposar la tierra es imaginar un mañana que puede no existir.

En Wukro amenaza la sequía. Pero amenaza también la lluvia. Pues la poca lluvia que cae llega casi siempre en forma de torrentes. La falta de infraestructura impide que se pueda almacenar.

“De ser capaces de acumularla podríamos mejorar un poco la tierra y garantizar la seguridad alimentaria de los niños”, admite Olarán, que en el tiempo que lleva en el país ha logrado ya recuperar 18 especies vegetales que se habían perdido. Lo ha hecho gracias al apoyo de varias organizaciones que han permitido construir infraestructura para crear un espacio de cultivo.

Pero sobre todo gracias a un esfuerzo sin límites y a una voluntad de hierro. Es misionero jesuita aunque no trabaja para difundir ningún credo. No habla de Dios. Ni de religiones. Habla de desigualdades. Y es consciente de que lo hace en un momento en que el Primer Mundo se recupera de sus propios excesos.

Sabe que despertar la solidaridad en tiempos de crisis no es el mejor desayuno de domingo. Y sin embargo, lo hace. Porque es muy consciente del abismo de crisis que separa ambos mundos. “Aquí llegar a final de mes puede ser un reto. Allí lograr terminar el día es toda una aventura”.

Lo dice con una inmensa serenidad. La de quien sabe lidiar con el paso del tiempo. Pero sobre todo la de quien está acostumbrado a persistir. Pues ha sido la constancia la que le ha permitido cultivar plantas en modalidades que los libros de agronomía no reconocían.

Lo cuenta mientras recuerda el asombro de un ingeniero indio que visitó las plantaciones y le dijo: “Me cuesta creer lo que veo. Me doy cuenta que debo olvidar todo lo que he aprendido en los manuales y aprenderlo de nuevo”. Se ríe divertido antes de sentenciar, ante un público atento, que “la ignorancia es muy atrevida”.

Por el valor de la persistencia y la importancia de formar para lograr el cambio, la suya es una “dulce revolución”. Así lo cree Josep Pàmies, otro defensor de la tierra, quien lamenta que ante el excesivo consumismo, “se tenga que aprender del origen de la vida, donde nada se ha pervertido”.

Ángel asiente. Acaba de descubrir una planta medicinal que sabe útil para el mundo Occidental. “Se trata de una especie que no he visto en otros países. Os la ofrecemos con toda la bondad. Solo espero y confío que las ansias de poder y la agresividad del Primer Mundo no la destruyan porque son nuestro alimento”, manifiesta.

Llega el turno de preguntas y alguien le interroga:

- Quisera saber si ellos (los etíopes) no conocen técnicas para mejorar los cultivos. ¿Por qué no utilizan los animales para arar, por ejemplo?

- No los usan porque los consideran sus hermanos. Cuando se lo pregunté me dijeron ¿Y si ellos mueren, qué haremos, comérnoslos?

No agrega nada más. Vive de acuerdo al principio de no imponer criterios a nadie. Quizás por ello evita pronunciar la palabra desarrollo. Afirma, convencido, que deben ser los pueblos quienes decidan cuando y como formarse.

Al término de la conferencia ha hablado durante más de una hora. Y todo el tiempo lo ha hecho con esa serenidad que caracteriza a los luchadores incansables. Sin intentar culpar a nadie, aunque sabe perfectamente –porque responde sin titubear cuando le preguntan por ello- quienes son los responsables de la venta de armas a la región que se ha cobrado miles de vidas.

Cita a países concretos. Y ni así pierde la calma. Habla de Etiopia pero también del Congo y las muertes por el tan preciado coltán, que nos ensucia –a todos- las manos de sangre. Recuerda que algún periodista, en algún medio, llamó a ese valioso material el ataúd de los niños congoleses.

Termina con una frase: “Si tenéis ocasión venid a Wukro, aunque no sea físicamente”. Luego se calla y sonríe de nuevo, hasta que terminan los aplausos. Se sabe querido. Se levanta y se acerca a la gente. Entre el público varias caras conocidas. En el ambiente, la reflexión que siempre deja escuchar una mente lúcida.

Hoy es día de elecciones en Catalunya. Mientras algunos hablan sobre el futuro del país, Ángel actúa. Durante las dos últimas semanas ellos han hablado mucho. Él ha actuado. En los próximos años ellos seguirán hablando y él empezará a recoger los frutos de su lucha…

Hay personas que luchan un día y son buenas. Hay otras que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenas. Pero hay las que luchan toda la vida: esas son las imprescindibles. Bertold Brecht

No hay comentarios: