Kampala vive hoy la resaca de la nominación de los candidatos que optarán a la presidencia el próximo año. El acto, con el que se oficializaba el principio de la campaña electoral, se realizó ayer en las afueras de Kampala. Era el inicio de una carrera que algunos prevén que tendrá un final violento y que muchos consideran que no cambiará el panorama político de Uganda, marcado por 25 años de presidencia de Yoweri Museveni.
Observo el acto de nominación en la televisión de la oficina, alrededor de la cual se juntan algunos de mis compañeros. Las cámaras enfocan la llegada de los candidatos mientras los comentaristas analizan los rostros y las vestimentas de quienes recorrerán el país en las próximas semanas en busca de votos. Repartiendo promesas que los más inocentes asumirán como hechos. Al finalizar el día seis candidatos serán nombrados por la Comisión Electoral.
En Europa la desidia política ha calado tan profundamente en los ciudadanos que el vencedor de muchos comicios parece recaer en la abstención. En África, donde todo se vive de forma extrema, la nominación de los candidatos presidenciales llena las calles de fanáticos.
“Hoy no es recomendable salir a caminar”, me dice un amigo comentarista, poco antes de que salga a comer. Sabe que aprovecho los mediodías para explorar pedazos de capital. Adoro esas caminatas en las que me dejo acariciar por la ferocidad del sol africano. “No salgas, hoy las calles están repletas de gente”, me advierte de nuevo.
Me río. Que te adviertan en Uganda de las acumulaciones de gente no deja de sonar a chiste. Salgo a la calle, donde la política efectivamente se ha infiltrado en la vida diaria. Muchos ugandeses visten hoy una camiseta amarilla con el rostro de Museveni mientras en Kampala Road los partidarios de la oposición reparten folletos al ritmo de la música que sale de una camioneta atrofiada.
El amarillo con el que se identifica el NRM, el partido presidencial, no solo está presente en las camisetas. Impregna las calles, que hoy han amanecido repletas de carteles con la cara de Museveni. En las esquinas, hombres y mujeres distribuyen propaganda política. En los caminos lo hacen equipos de skaters formados por 4 o 5 personas. No le temen a la lluvia, ni a los baches. En ocasiones se agarran detrás de los matatus para ir más rápido.
Los miro con el habitual asombro con el que me he acostumbrado a leer este país. Tan brutal y tan seductor a la vez. Tan contradictorio. Medito en ello mientras pienso que probablemente Museveni sea el único candidato capaz de financiarse publicidad sobre ruedas. Su gobierno, que muchos occidentales consideran una dictadura, tiene en Uganda infinidad de seguidores.
Puede que, a pesar de la longevidad de su gobierno, de verdad haya contribuido a mejorar la vida de sus ciudadanos, como piensan algunos. Puede que ello no justifique el derecho a auto-elegirse por el que otros centenares de ugandeses le señalan.
Puede que los que no formamos parte de este mundo no logremos entender nada. Puede que no tengamos ni siquiera el derecho a interpretarlo. Porque al final somos tan solo turistas en esta tierra. Simples pasajeros que nunca conocimos la pobreza ni la injusticia. Meros observadores.
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