Regresar a casa después de haber vivido un tiempo fuera, especialmente en países en vías de desarrollo, casi nunca es tarea fácil. Cambian nuestros intereses, cambian las concepciones de muchas cosas. Cambiamos nosotros, en definitiva. Por fortuna, cambiamos. Pues sin este cambio ningún viaje a cualquier destino, y más en el Tercer Mundo, tendría sentido.
Para algunos ugandeses el retorno a su país de origen a menudo supone el reto de aceptar una realidad que raramente les pertenece. Sus genes siguen vinculados a este mundo. Su familia. Su pasado en definitiva. Su futuro, sin embargo, no puede ser leído con los mismos ojos de quien ha crecido aquí. La pobreza les arrebata a muchos africanos el porvenir, lo que explica que el único tiempo real para ellos sea el presente.
Respetable filosofía con la qué vivir, el vislumbrar solo las horas próximas supone, a menudo, un obstáculo no solo para la economía sino también para el desarrollo social de un país. Me lo cuenta Maggie, la esposa de Sanders, quien enfrenta graves problemas para sacar adelante la escuela que han abierto en el interior del país.
- Es realmente difícil porque muchos ugandeses no saben pensar a largo plazo.
Sanders me cuenta después que es ella, más que él, quien echa de menos Holanda. Maggie afronta probablemente el más contradictorio de los estatus, considerarse una extraña en su propio país, algo con lo que tenemos que convivir quienes disfrutamos degustando pedazos de mundo. Exiliados voluntarios que en nada nos parecemos a quienes se ven obligados a abandonar su tierra por razones bélicas. Lo nuestro no deja de ser un capricho de la curiosidad. Lo suyo puede que sea el más maldito de los antojos del destino.
Mientras escucho a Maggie me acuerdo de Idi Amín, extremista en la defensa de la negritud, que expulsó a los 70.000 indios y paquistaníes que vivían en Uganda cuando llegó al poder, sacrificando así gran parte de la vida comercial e intelectual del país. Hoy muchos de ellos han regresado.
Es fácil observarles detrás de los mostradores de las tiendas, en los bancos, en restaurantes, haciendo negocios en las calles. A menudo tienen a cargo a varios ugandeses. Se mueven con rapidez. Fungen más como gestores que como empleados. Expertos en las finanzas, aprovechan el desasosiego de quienes no tienen la oportunidad de formarse. Aquellos que no sueñan en negocios porque simplemente no existe un mañana para ellos.
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