He compartido un tercio de este viaje con Javier Reverte y su “Sueño de África”, uno de estos libros con los que uno se alía en un avión y quisiera no abandonar nunca jamás. De alguna forma no los abandonamos. Porque, como las personas excepcionales, tienen el privilegio de entrar a formar parte de nosotros sin retorno posible al anonimato.
Son los libros que marcan nuestra vida. Escrito con una majestuosidad increíble, repleto de perfectas descripciones y análisis históricos, capaz de transmitir toda la magia de este continente, “Sueño de África” ha sido probablemente el mejor compañero de viaje en esta aventura.
Kapuscinski solía defender el derecho y la necesidad de viajar solo. Sabía que al obligarnos a estar pendientes del otro perdemos, a menudo, la capacidad de observar el entorno. La posibilidad de aspirar tierra en lugar de escuchar personas.
A menudo al pisar esta tierra siento un anhelo profundo de que seres cercanos pudieran sentir lo mismo. Sé, sin embargo, que al hacerlo perdería el nexo que me une a la experiencia. Sentir el viaje en soledad no es un lujo aquí. Es una necesidad que quizás solo podamos compartir con las palabras.
Escribo sobre palabras mientras abandono palabras. Mientras dejo atrás la última página de ese “Sueño de África” que ha sido compañero fiel. No es un adiós. Es un hasta pronto literario que ha calado en lo más hondo del trayecto. Y que quedará en la memoria con párrafos como estos:
“Ya no se puede viajar para explorar. Se viaja ahora, en todo caso, para perseguir una idea que alentaste, o para sentirte a ti mismo pisando el lugar que has soñado ver. Pero el viaje puede seguir siendo aventura porque aventura es el recorrido de los sueños. Y el sueño es la naturaleza que conforma el corazón del hombre. Su destino es cumplirlos”.
Creo, como Javier Reverte, que hay que viajar para “ver y sentir sobre lo que hemos leído, sobre lo que nos han contado” pero sobre todo porque “el ojo del hombre debe ver las cosas por sí mismo, respirar con sus propias narices los aromas de las plantas, de los animales y de los otros hombres […]. Pisar, con sus propios pies las tierras más lejanas".
A mis padres, que se han convertido en los seguidores más fieles de esta experiencia. Por la libertad con la que me permitieron crecer y el apoyo incondicional en todos los tramos del camino.
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