Si hay algo que me apasiona de los países tropicales es la cantidad de frutas y verduras que producen. Me enamoré del mango y la papaya desde que los descubrí en Perú. Amaba mezclar esta última con piña y tomar su ‘jugo’ cuando todavía no me había desperezado del todo, apenas despierta. Quizás por eso entre los primeros instrumentos que compro cuando viajo a estos países está la licuadora.
Nunca la usé antes en España. Ni viviendo en el pueblo ni durante mi época en Barcelona. Pero desde que experimenté sus maravillas, forma parte de los materiales imprescindibles para afrontar un buen despertar. En Guatemala alguna vez intoxiqué a alguien con un batido de plátano con leche.
No llegué a entender muy bien la razón. Yo había tomado del mismo preparado pocos minutos antes que él. “No estoy acostumbrado a jugos tan pesados”, me dijo luego. Es cierto que algunos de los alimentos de los países tropicales pueden resultar fuertes. Quizás uno de los más densos sea el aguacate. Es a la vez de mis favoritos.
Me vuelve completamente loca la textura de esta fruta a la que me refiero muchas veces con el nombre de ‘palta’, la forma peruana de llamarla. Los andinos aman tanto este alimento que a menudo se lo toman con pan recurriendo al mismo estilo con el que los catalanes extendemos el tomate encima de las rebanadas. En su receta, como en la nuestra, no falta la sal. El pan con palta es simplemente exquisito.
Uganda comparte con Perú y Guatemala la abundancia de frutas y verduras. Y al igual que estos dos países es un fuerte productor de café, algo que no siempre se refleja en las calles. Pues aunque pueda sonar contradictorio ninguno de estas naciones tiene una tradición cafetera a la altura de su producción.
La mayoría de las veces esto no es un problema. Quienes viajamos con frecuencia tendemos a aprovisionarnos en casa de lo que no nos regala la calle. Pero en ocasiones tomar un buen café se convierte en tal necesidad que cuesta perdonar su ausencia en los bares ugandeses.
Hoy es uno de estos días. La barbacoa organizada por el grupo de pilotos, mecánicos y TCPs que residen en Entebbe terminó tarde. Nos acostamos sobre las 4 y como suele pasar en estas ocasiones, el sol asoma pronto y es imposible seguir durmiendo hasta altas horas. Logré prolongar el sueño hasta las 9.30 a pesar de haber abierto los ojos a las 8.
Ninguna de las dos horas es ideal para sentirse bien al día siguiente. Necesito café. Le pregunto a Colinn si le apetece bajar a Anderitas, la playa que da al Lago Victoria. Tiene varios restaurantes de clase y no visualizo un mejor lugar donde tomarse un Capuccino. El reflejo de la luz del sol sobre el lago ofrece, al mediodía, un asombroso escenario.
Entramos al primer restaurante, el 100 Elephan’s coffe. Nos sentamos y cuando preguntamos por café, la camarera niega con la cabeza.
- No tenemos
- ¿No tienen?, responde Colinn ¡¡Pero si tienen el café en el nombre de su establecimiento!!
- Sí, responde entre tímida y divertida la camarera. Pero muy pronto tendremos, nos cuenta, como si el mañana saldara las cuentas del presente.
Nos tomamos un refresco y paseamos un rato por la playa. Nos asomamos en otro de los restaurantes donde la carta indica claramente que preparan Capuccinos. Cuando lo pido obtengo la misma respuesta. ¿Capuccino?, No, sorry, no tenemos.
Es momento de suspirar. Terminamos de indagar en Anderitas sin nada de éxito. Será imposible gozar del café enfrente del lago. Tomamos un boda-boda y nos dirigimos al centro de Entebbe. Tenemos localizado donde nos lo van a servir.
Finalmente me tomo un delicioso frapucino con copa de helado de chocolate incluido. No hay olas ni se vislumbra un mar infinito. Pero nos rodea un precioso jardín de buganvillas y nos sirven dos camareras de lo más atentas. Saber improvisar es también aprender a vivir.
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