Cuando abrí este blog, en agosto de 2008 lo bauticé con dos palabras en ese momento imprescindibles para mí: el viaje, resumen de la necesidad por descubrir lo ajeno, y la calima, un fenómeno atmosférico que típico de algunos países africanos y que observé por primera vez estando en Lanzarote. Viaje a kalima sentenciaba una forma de vida y un sueño anhelado. El camino. Y el destino. El trayecto. Y el continente.
Hoy, cuando escribo desde la tierra de calima, las letras que dieron nombre a este espacio alcanzan doble sentido. Pues África no se puede entender sin su cielo. Sin el aire, que es el elemento donde se cobija la vida. De día su suplo permite que viajen las esencias y el ambiente se impregne de olores. De noche, aleja cualquier obstáculo que impida observar el horizonte. Y entonces el cielo estrellado se convierte en un espectáculo infinito.
La calma de esa hora, en la que muchos duermen ya en el albergue, hace que a menudo pase los últimos minutos del día en la terraza. Simplemente mirando hacia arriba. Tan solo tomando consciencia de un deseo hecho realidad. Son momentos de profunda lucidez. A veces de análisis. Pero sobre todo de contemplación. El pensar en la fugacidad del tiempo me hace querer absorber doblemente cada minuto de África.
En ocasiones recuerdo cuando el pasado verano pintaba en casa. En otra azotea pero también al aire libre. Muchas veces, para hacer más ameno el trabajo con el pincel, pensaba en este continente. Me imaginaba aquí aunque sin concretar expectativas. Pues finalmente las cosas imaginadas nunca son como creíamos. Raramente suceden como las pensamos. Pero suceden. Si de verdad queremos, suceden.
Al compartir con los amigos la estancia en este continente me doy cuenta de que son muchos los que sienten los mismos deseos de conocer esta tierra. Algunos me dicen: “Àngels, cumpliste, estás en África”. Cumplí. No porqué se lo debiera a nadie. Ni siquiera a mi misma. Simplemente porqué la única forma de emprender viaje es haciendo maletas.
Muchas noches sintiendo el roce de la brisa nocturna me alegro de la decisión tomada al decidir pisar este continente. En muchos aspectos África es dura y no siempre complaciente. En otros, es profundamente seductora. Puede que no tenga puntos medios. Quizás no deba tenerlos. Lo racional, finalmente, es solo un intento del hombre por ordenar la realidad. Lo irracional es lo que brota de forma espontánea. El cielo de noche. Las estrellas. El viaje hecho realidad a la tierra de Kalima.
Muchas cosas, dentro de mí han cambiado desde que inicié este blog. Una sola queda intacta. La necesidad de escribir. Entonces, hace más de dos años, acudía a un genio peruano, Julio Ramón Ribeyro, para resumir esta inquietud con las palabras. Hoy, en homenaje a otro genio del mismo país que acaba de ser galardonado con el máximo premio de las Letras, quisiera recuperar ese fragmento para explicar por qué algunos no entendemos la vida sin las letras:
“No se escribe por una razón, sino por varias, cuya importancia varía según las épocas y el estado espiritual del escritor. Personalmente, y sin que el orden implique prioridad, escribo porque es lo único que me gusta hacer; porque es lo más personal que puedo ofrecer (aquello en lo que no puedo ser reemplazado); porque me libera de una serie de tensiones, depresiones, inhibiciones; por costumbre; por descubrir, por conocer algo que la escritura revela y no el pensamiento; por lograr una bella frase; por volver memorable, aunque sea para mí, lo efímero; por la sorpresa de ver surgir un mundo del encadenamiento de signos convencionales que uno traza sobre el papel; por indignación, por piedad, por nostalgia y por muchas otras cosas más”. Julio Ramón Ribeyro
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