Kyambogo es la segunda universidad pública más importante de Uganda, después de Makerere. Se formó al integrar varios institutos especializados que funcionaban por separado. Quería haberla visitado el pasado miércoles pero un descuido en la comida me obligó a pasar el día en la cama. En todas mis estancias al extranjero suele llegar el día en que me pasa factura la comida local.
Voy finalmente hoy, acompañada por Ronnie, un profesor de esta casa de estudios al que conocí hace unas tres semanas, de camino a Entebbe. Ronnie solo tiene un taller por la tarde, de manera que se toma la mañana para mostrarme las diferentes facultades de la universidad.
Kyambogo se extiende en una explanada que hay a las afueras de Kampala. Es un campus inmenso, aunque sin llegar a tener las dimensiones de Makerere. Está compuesto de pequeños edificios independientes que albergan las clases, las aulas de los profesores, los salones de prácticas y las oficinas del jefe de departamento.
Fuera muchos estudiantes invaden los campos que rodean las facultades. Se sientan en los bancos de madera situados enfrente de las aulas, en el suelo debajo de las inmensas copas de los árboles centenarios o en pupitres que extraen de las clases. Algunos discuten en grupo. Otros se sientan solos con los libros en las rodillas. En alguna esquina se pueden ver parejas picando algo mientras esperan la siguiente clase.
Paseo con Ronnie ante la mirada interrogativa de algunos estudiantes. Se respira una gran tranquilidad.
- Este es un entorno perfecto para el estudio, le digo a Ronnie, mientras levanto la cabeza para observar las enormes palmeras que rodean los edificios.
Ronnie se ríe. Le parece gracioso que goce ante lo que para él constituye una rutina. El paisaje ugandés es una de las maravillas de este país. Aquí, en el campus, aporta la riqueza que no poseen las aulas, muchas de ellas construídas con materiales endebles, amuebladas con viejos pupitres y repletas de polvo que se filtra por las ventanas quebradas.
Entramos a visitar al jefe del departamento de Ingeniería Técnica, un entrañable maestro que acaba de llegar de Noruega y que trabaja en su tesis doctoral. Ronnie me presenta y me hace entrar en su despacho, un diminuto cubículo donde se acumulan los libros y en el que no se pueden dar más de tres pasos. Charlamos un rato y salimos.
Después de mantener la décima conversación sobre religión en este país, nos dirigimos a la Biblioteca Central. Es un edificio viejo, inaugurado en diciembre de 1963, donde se refugian del sol varios estudiantes. A pesar de tener dos pisos, dispone de pocos volúmenes. Solo algunas estanterías en las que es difícil encontrar tomos actualizados.
Me acuerdo de la visita con Kamilah a la Biblioteca Nacional de Kampala.
- “Aquí no habrá más de 2.000 libros y el más reciente que he visto es del 98", me dijo sorprendida tras recorrer la única sala que hay en el edificio.
Salimos de la biblioteca y a las 3pm Ronnie se reúne con sus alumnos, a quienes les da cuatro conceptos nuevos y los deja haciendo prácticas en el taller mientras le pide a uno de ellos que saque fotocopias de su libro para preparar la siguiente clase. Luego nos vamos a comer.
Cuando estamos a punto de terminar llega Alex para devolverle el libro. Le pregunto si puedo echar un vistazo. Es un volumen técnico sobre dibujo gráfico que Ronnie usa en sus clases desde hace tiempo. Miro el año de publicacion: 1985.
Leer es un lujo en los países en desarrollo, donde solo la clase alta puede permitirse acceder a la universidad. En Uganda el porcentaje que lo hace es de poco más del 3%, según datos del Banco Mundial. No es un dato sorprendente en el África del Este, donde coinciden los porcentajes más altos de pobreza y los más bajos de acceso a los estudiantes superiores.
En Kampala es difícil encontrar buenas librerías y los volúmenes disponibles en las calles suelen limitarse a Biblias, diccionarios de traducción swahili-inglés, novelas rosa y algún manual de secundaria. Lo contradictorio es que la mayoría de las casas disponen de televisión...
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