miércoles, 13 de octubre de 2010

Diario de Uganda: Un extra para el fin de semana


Hay algo de increíblemente sensual en la forma como llueve en Uganda. Las descargas, como la vida local, nunca son moderadas. Asoman las nubes y de repente cae un chaparrón. Llueve a cántaros a veces durante dos horas. Otras veces a lo largo de toda la noche. Observarlo, desde la ventana, se convierte en todo un espectáculo de la naturaleza. Las ansias de control del ser humano carecen de sentido en esta tierra.

Son las cinco de la tarde. Acaba de llover. Se nota en los ríos de agua roja que circulan por los caminos. Se percibe en el aire. Pero sobre todo se nota en las calles, donde el ya de por sí caótico centro se convierte en un laberinto de imposibles. El Old Taxi Park supura barro, por lo que no quiero ni pensar en asomarme por ahí. Fisher se ofrece a llevarme a casa. Se lo agradezco.

La aventura de cruzar Kampala después de un mar de lluvia no es tarea fácil. Tardamos una hora en alcanzar el albergue. Nada comparado con las 3 horas que ayer tardó Fisher en llegar a su casa. “Todas las calles estaban cortadas”, me cuenta. “Me llamó primero mi hermano para que no cogiera la ruta habitual. Luego mi mujer para que me desviara del nuevo trayecto. Al final tuve que rodear la ciudad”, me cuenta.

En España no estamos acostumbrados a la nieve. Cuando nieva calles, aeropuertos y servicios públicos se saturan. En Uganda no están acostumbrados a la lluvia. La diferencia yace en que la lluvia, a diferencia de la nieve en Europa, es un fenómeno habitual en este país.

Mientras circulamos a diez kilómetros por hora se sitúan en los cruces unos graciosos ugandeses vestidos de blanco con botas altas y visibles calcetines. Son policías de tránsito intentando poner orden donde impera el desorden a diario. Rodeados por boda-bodas que burlan el sentido del tráfico y matatus que circulan en calles sin semáforos, ellos sostienen una señal de pocos centímetros de largo en la mano. A un lado: circulen. Al otro: stop. Sencillas imágenes para ordenar ese caos. ¿Resultado? Un atasco monumental.

Viendo el panorama pienso en los sueldos que probablemente cobren los policías, algo que sin duda condiciona el trabajo. Tanto en Perú como en Guatemala los salarios bajos son la causa de que los sobornos y la corrupción sean tan latentes. También Uganda sufre la misma lacra.

Lo vi pocos días después de llegar, un día que pararon a Fisher de regreso de la oficina. Le hicieron bajar y mostrar los documentos. Cuando después de unos 10 minutos regresó riéndose al coche, le pregunté qué querían:

- Nada, su ración para el fin de semana, me contestó.

Era viernes.

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