viernes, 24 de septiembre de 2010

Diario de Uganda: Desarmar la mente


En Uganda se hablan unas 33 lenguas. La mayoría de ellas pertenecen al grupo lingüístico Bantu, como es el caso del Luganda, el Lusoga y el Lutori. Otros grupos como el Nilotic y el Cushitic se hablan en el norte y el este, donde en ocasiones solo unos miles de personas lo usan.

Aunque si hay un idioma curioso este es el Karimojong. Hablado en el nordeste, en la región de Karamoja, esta lengua tiene un vocabulario de tan solo 180 palabras. Característica por las tradiciones tribales que rigen la vida de sus ciudadanos, esta región conserva antiguas prácticas, por lo que se trata de una zona profundamente estigmatizada entre los ugandeses.

Desde hace años la persistencia de algunas de estas costumbres ha hecho de la región una de las más conflictivas del país. Cuando me lo cuentan pienso de inmediato en el LRA, el grupo rebelde de Lord Joseph Kony que desde el inicio del gobierno de Yoweri Museveni en 1986 y durante 20 años ha aterrorizado la población del norte del país, causando miles de muertos y una población desplazada que solo recientemente está empezando a regresar a sus hogares.

El conflicto en Karamoja tiene algo que ver con el LRA en tanto que la proximidad de los distritos de Gulu y Kitgum, los más castigados por el grupo rebelde, permitió que muchas de las armas de esta zona se filtraran en Karamoja. Pero los enfrentamientos en esta región tienen que ver con algo mucho más cotidiano: el matrimonio.

Para que los hombres de esta zona puedan casarse necesitan reunir 100 vacas, que regalan a la familia de la futura esposa. La escasez de vacas, en una zona profundamente árida, ha provocado que muchos karamojong roben estos animales a sus vecinos para poder contraer matrimonio, enfrentamiento que muchas veces termina con la muerte de algunos de ellos.

El asunto, que ha empeorado debido a las sequías de los últimos años, se ve agravado debido a la proximidad de otras comunidades con las mismas costumbres en la vecina Kenia. “Es un tema muy complicado porque requiere cambiar la actitud de un pueblo”, me explica durante día de trabajo Lydia Aballa, una de las mujeres que integra Cecore.

“Después de muchos análisis hemos llegado a la conclusión que no se trata sólo de desarmar a las personas, sino de desarmar sobre todo la mente”, me cuenta. “Hay que cambiar las estructuras mentales, enseñar que el conflicto no se soluciona solo con el enfrentamiento”, agrega. “Pero además, y sobre todo, hay que proporcionar alternativas económicas”, sentencia.

No es la primera vez que escucho que detrás de un conflicto armado yace la lucha por los recursos naturales. Iraq, Angola o el Congo son otros ejemplos de guerras encubiertas, detrás de las cuales no está otra pelea que la propiedad de recursos naturales como el petróleo o los diamantes. El eterno problema de los países en vías de desarrollo que gozan de riquezas. El miserable destino de muchas regiones. La triste realidad de una "pobre África rica", como resumía de manera excelente un titular de la Vanguardia ese verano.

Lo hablamos con Lydia mientras me cuenta otros de los proyectos que lleva a cabo Cecore. Me habla de los sin-tierra, grupos étnicos minoritarios a quienes la creación de los parques naturales ha dejado muchas veces sin el derecho de explotar los recursos naturales. Me cuenta de la necesidad de enseñarles sus derechos más fundamentales. Me sitúa sobre un mapa Amudat, Moroto y Serere, los distritos donde todavía se aplica la ablación.

Hablamos del trasfondo de la guerra civil en Uganda, de la permanencia durante casi 25 años del mismo presidente, de las elecciones del próximo año, que raramente cambiarán el panorama político. Hablamos de los grupos rebeldes del sur de Sudán, de las consecuencias del genocidio ruandés, de la situación en Kenia. Mientras le escucho miro fuera del edificio de 10 plantas del centro de Kampala donde está situada la oficina de Cecore. Y recuerdo porqué siempre quise conocer esta región.

De vuelta a casa me lleva Fisher, uno de los expertos en armas pequeñas y minorías étnicas de la organización. Viajo con Justine, otra de las veteranas, que me enseña el camino a recorrer con matatu para no depender de los boda-boda. Durante el trayecto, una aventura por las calles sin asfaltar de esta ciudad-caos, me pregunta Fisher:

- ¿Eres católica?
- No
- ¿Qué eres?
- No soy nada…
- Y entonces ¿en qué crees?
- Creo en algunas personas, Fisher

Se queda meditando un rato:

- Pero entonces, ¿No rezas?
- No, no rezo

Medita un rato más:

- No lo puedo entender, ¿en qué personas crees?
- Creo en personas coherentes. En personas cuyos proyectos respecto.
- No lo entiendo
- Jajaja, no tienes qué entenderlo

Nos reímos. De fondo sigue sonando la música católica que lleva puesta desde que entramos en el coche. Me deja delante del albergue y espera a que me abran. Me desean ambos un buen fin de semana. Sonríen y se van. Cuando subo al albergue escucho un fuerte alboroto. Salgo a la terraza y veo a un centenar de niños reunidos en un terreno que hay enfrente del albergue, elevado por encima del nivel de la calle, de manera que los ojos de los niños quedan a la altura de los míos.

Han improvisado un partido de futbol en el que algunos juegan y muchos otros animan. En los lados se crean, además, pequeños grupos de chicos y chicas que se persiguen. La seducción en su máximo esplendor. Cojo una cerveza de la nevera, me planto delante y observo durante rato. Rodeada de árboles, presencio como va bajando el sol. Y siento que quizás no haya nada más perfecto en este momento que estar mirando a unos niños jugar mientras anochece en África.


Si escuchas una voz que te dice: No puedes pintar. Entonces como sea pinta y esa voz será silenciada, Vincent Van Gogh.

2 comentarios:

PALOMA dijo...

"No tienes que entender", el pobre Fisher no sabe aun que vas a romper todos sus esquemas mentales! Jeje!

KALIMA dijo...

Jajaja,
¿Tu crees Paloma? Creo que antes romperán ellos los míos con esa parsimoniaaaa con la que andan.
Gracias por el correo.
Abrazosss